El
viento no dice nada. Calla, aunque sopla sobre las ramas, sobre el arroyo,
sobre su pelo.
Su cuerpo pequeño de diez años se apoya sobre la fría pared, el
único blanco en una noche negra, en la que ni siquiera la luna se atreve a
salir.
La
niña se encoge moviendo los dedos de sus pies desnudos, y observa la oscuridad
entre el vuelo de su pelo largo que irrumpe en su cara sucia a cada nuevo
soplo. Y piensa: ¿y si hubiera un fantasma?
Una
hoja cae en el bosque, junto al murmullo leve del agua. Por lo demás, todo
quietud. Y la pequeña vuelve a pensar: ojalá viniera ahora un fantasma.
Ojalá
se acercara sigiloso con su aura blanca. O ¿qué pasaría si llegara ahora un
monstruo, un gigante con garras o colmillos? Ojalá viniera ahora un vampiro,
podría pensar, a contarle retales de mil vidas vividas mientras le devora.
Ojalá aterrizara un platillo volante en medio de este bosque inerte, allí en la
explanada, tripulado por marcianos verdes.
La
niña parpadea sus tristes ojos, y se acomoda en el suelo, con la espalda junto
al muro, de cara a aquel bosque que no dice nada, tan solitario.
-
Ojalá venga alguien – piensa ahora – ojalá venga alguien….
No hay comentarios:
Publicar un comentario