diciembre 15, 2011

07 Se presenta una guerra


No recorres solo un camino, salvo si lo haces solo. Y por largo que sea nunca superas en tamaño a la anchura, bifurcaciones y veredas anexas por las que puedes caminar junto a una comunidad. A veces pensaba que alargar mi vida era un suicidio, y recorría el mundo en una sola direccción, como un lobo solitario que no entiende de leyes.

Quería encontrar a Laura. Ese era mi propósito, el sentido de mi viaje. Recorrí gran parte del viejo mundo, concentrado unicamente en dónde dormir hoy, dónde hacerlo mañana.

Aún en mente, el propósito se disolvió, y me concentré en aprender más sobre nosotros, y sobre los lugares a los que llegaba. Antes de Fael, no había visto, de forma consciente, personas como yo. Y ahora me sorprendía como un niño ante cada nuevo encuentro.

- Terminará consumiéndote si no lo olvidas. – Me decía Miguel – Es muy difícil dar con alguien de ese círculo, Andrés, por no decir imposible -.

- Si no lo hubiera hecho ya una vez, no lo estaría intentando -.

Pero motivos, había otros: deseaba saber más. Sabía por qué ciudades se movía Miguel, viajé y él me encontró. Le pedí respuestas, y también nuevas preguntas, como aquella vez en la que le clavé su propio cuchillo.

- No conoces a Iref, ¿verdad? Vive en la capital. Él sabrá responderte mejor que yo -.

Se refería más bien a su colección de escritos. Después descubrí que lo que es hablar, hablaba muy poco.

- ¿Dónde puedo encontrarle? -

- Más bien, cómo. Te indicaré cómo hacerlo -.

A nuestro alrededor había estallado otra gran guerra, lo que me dificultaría las cosas. Pero esta vez permanecería totalmente al margen, como si no existiese. Y todos los círculos con los que me crucé tenían ese mismo pensamiento: ya tenemos nuestros propios problemas, y guerras.

En la ciudad tuve que esforzarme para encontrar a un ser que se movía a cámara lenta, alrededor de una población fugaz, que se preparaba para morir.

- Este es mi viaje, Miguel, aunque acabe en el borde del mundo. Siempre será mejor que sentarme sin más, esperando a que el borde del mundo venga a mi -.

diciembre 09, 2011

06 Giran las ciudades


La ciudad se presentaba vertiginosa, una inmensa marea de quehaceres, una explanada en la que solo se detenía la fugacidad. Nunca me gustaron las grandes ciudades, donde la libertad la ponen en duda los mismos que la nombran, donde los hombres olvidan sus motivos.

Además, para nosotros era más difícil pasar desapercibido. Bueno, no para todos. Algunos la tomaban como su propia jungla, y hacían de estas su escondite perfecto. Los del sétimo círculo, por ejemplo.

Iréf pasaba totalmente desapercibido. Yo tardé en encontrarle, y lo perdía de vista si no le prestaba toda mi atención. Era como un camaleón (así le llamábamos) moviéndose entre el bullício y las prisas de la masa, lento, lentísimo, como un caracol.

Viví un tiempo con él, en su casa, aprendiendo de lo que había almacenado tras tantos años de existencia, y ayudándole en muchas tareas que, aunque no lo necesitase, me empeñaba en realizar, creo que por que me daba pena. Iref no renacía como yo, era extremadamente longevo, y por una sencilla razón: todo su ser, su metabolismo, su cuerpo, se movían extremadamente lento.

Y lo que podía parecer una desventaja era en realidad un método sorprendente de supervivencia: nadie se fijaba en él. Si mirabas a un grupo de personas, en una fiesta, en la calle, si no sabías exactamente dónde estaba, si no te concentrabas en su figura, no llegabas a verle. Los ojos, acostumbrados a otro ritmo, bailaban de persona en persona sin prestarle atención y por lo tanto, sin dar con él. Incluso cuando pasaba a tu lado por un pasillo, en las escaleras, tenías la sensación de una sombra que te mira inmóbil, pero si no le dabas importancia, no llegabas a verle.

Era una sensación extraña, un concepto curioso que, aunque ventajoso, cualquiera apostaría como condena, en mitad de un mundo en constante movimiento, una condena que te incapacitaba para todo, durante años y años.

Sin embargo él no tenía esa sensación, ni ese pensamiento. Para él no era una condena, era lo normal. Vivía a su ritmo como cualquiera de nosotros, sin problemas, y ocupado en su tarea personal de recopilar, despacio, poco a poco, información sobre nuestro mundo, el mismo que le daba la espalda al girar. Pero para él, igualmente giraba.

diciembre 02, 2011

05 Una familia cualquiera


Amalio se movía alrededor de la mesa discutiendo sobre el tema. Entre aspavientos y gritos a Irene se sentaba en la silla, y cogía enfadado los cubiertos. Cenábamos ya sin ganas por culpa del tema surgido.

La pobre Paula, por aquel entonces tenía unos seis años, miraba fija la mesa, sin saber qué hacer. No hacía mucho que nos habían adoptado, no estaba acostumbrada a las broncas familiares, y a su edad ni si quiera a las de clase.

Yo escuchaba aburrido los problemas que exponían los dos adultos, intentando comer entre las réplicas, pensando en lo complicado que hacen los mortales las cosas, retorciendo una y otra vez las soluciones, en vez de aplicarlas sin más.

- Yo te acompaño – se me escapó, cansado.

- No es tan fácil, Andrés. No te preocupes, solo estamos solucionandolo… -.

- No, estáis discutiendo, no lo estáis solucionando. Tú mismo lo has dicho hace un rato: “mejor sería que me acompañasen los niños”. Así lo solucionas todo: Paula se va con Inés al pueblo, y yo viajo contigo al congreso. Al menos salvamos un billete, ya que te preocupa, ¿no crees? -

Ninguno de los dos adultos decían nada. Me observaban extrañados, reflexivos, y miraban la mesa, reconociendo la razón que no me faltaba.

- ¿Con quién le dejarías en el congreso? No puede quedarse allí solo -.

- No, no puede ser. Aunque te quedases por allí sin molestar me lo reprocharían luego por la edad que tienes -.

- Pues no les digas mi edad – le respondí tranquilo, mientras retomaba mi comida –. Ellos no la saben, ¿verdad? Diles que tengo, por ejemplo, tres años más, y que estoy interesado en seguir tus pasos. Seguro que les encanta la idea y al final, me tendrán entretenido explicándome cosas aburridas sobre sus trabajos -.

Tenía razón, y lo sabían. Continuaron comiendo pensativos, mirándome de vez en cuando, y reconociendo con un cruce de miradas que estaba en lo cierto, aunque no supieran cómo, y que así, solucionaban su inútil problema. 

noviembre 25, 2011

04 Ecos y voces


- Podrías liderarles -.

- Ni siquiera quise salvarlos. Yo protejo este sitio, ese es mi único bando -.

Después de la escaramuza descansamos en el amplio salón de aquella fortaleza de piedra, inmensa, solitaria, derruida. Comíamos algo, él y yo, junto a una chimenea encendida, sentados en unos sillones muy viejos. El resto de personas que habían huído hacia el bosque reposaban lo vivido, repartidos en otra sala.

Aquel jóven vestía ropas largas verde oscuro. Me agradeció la ayuda en la batalla con aquella comida, y conversamos entre ecos como dos seres que se sabían distintos, mejores a los que dormían, y temían, en la otra sala.

- ¿Por qué no lo haces tú, ya que preguntas? -

Sabía que sería más listo que yo. Era del sexto círculo: superiores a los mortales en todos los aspectos, incluso superior a mi. Pero incapaz de renacer como yo: si moría, moría.

- Tampoco tengo bandos -.

- No he dicho que no lo tenga. Mi bando es no intervenir -.

- Ya había oído eso antes: “respeta, pero no intervengas…” -.

- ¿Ves a tu alrededor? Este sitio guarda misterios de la esencia de lo que somos. Los mortales son impacientes, necesitan identificarse rápido con algo. Pero la neutralidad, es una de las primeras cosas que aprendemos nosotros: no hay prisa por avanzar mientras avanzas, ni por girar mientras no llegue la curva.

- ¿Y por qué no nos lideras, es decir, a los no mortales? -

Su risa rompió la frialdad de aquella construcción, como una brisa que renueva el aire encerrado por años.

- ¿Y conseguir qué? ¿Qué buscarías en tu lucha? -

- No lo sé. Quizás transmitir esa enseñanza. No todos los círculos son partidarios de la neutralidad, de no inmiscuirse en problemas de los mortales. Algunos son capaces de causar mucho daño -.

- Deduzco que alguno te ha hecho especial daño…. -. La brisa paró, y cruzamos las miradas.

- Andrés, ni siquiera tú sabes qué quieres ¿cómo enseñar? Y al que no acepte ¿por qué imponerle? He visto a muchos matar por diversión, y a otros morir por proteger. Yo tan solo defiendo este lugar, y eso es al final lo que cuenta: no hay ni bien ni mal, tan solo una elección -.

- Pero tú eliges no intervenir, no tiene sentido: existe el bien, mientras eliges hacerlo -.

- Cierto, pero solo si lo eliges. Muchas veces una acción conlleva cosas que no has elegido, a las que te tienes que enfrentar, y de las que se derivan problemas. Y la mayoría de los problemas provienen de gente que no es capaz de enfrentarse a sus problemas. Así que, dime, ¿por qué provocar más?

Desde la ventana se oía el desagradable chirrido de las máquinas, precisas, inhumanas. También pasos, y voces, y miedo.

- ¿Por qué luchar entonces? -

- Porque quieres hacerlo. Porque quieres encontrarla de nuevo -.

noviembre 18, 2011

03 Hacia los bosques


El bosque denso, los árboles altos, la noche oscura, las piedas, el único mejor camino. Corría rápido, con el frío en la cara, y los troncos parecían farolas de una autovía, líneas de luz de la luna reflejada, infinitas.

Después de aquel accidente me cansé de la vida entre trenes, y renací con tres años menos. Y seguí buscando, vagando esta vez a pie. Pero me bajé en la estación equivocada, en el país equivocado aquel año: tanto tiempo de paz que había olvidado el sufrimiento colectivo que provocan las guerras.

Estuve prisionero unos meses en un campo de refugiados, o de “refugiados”. Y una noche escapó un grupo amplio, también yo, hacia la seguridad del bosque.

- Vdaruk, vdaruk – me gritaba un hombre que corría cerca, haciéndome gestos con las manos para que me alejara de él.

- Niesta, kdari na, kdari na – le respondí, porque unidos era más fácil sobrevivir. Es decir, le sería a él más fácil.

Pero me equivocaba, no me decía “fuera” sino que advertía que nos habían rodeado. De entre los árboles silbaron un par de balas que impactaron en el hombre. Las siguientes, mientras me cubría en los troncos, me rozaron el brazo.

Desde mi posición observé el amplio grupo que corría hacia el interior, y como le habatían fogonazos que salían desde distintos sitios de la naturaleza. Y entonces pasó algo curioso: los fogonazos daban paso paulatinamente al sonido de un golpe seco y un cuerpo cayendo al suelo, y cuantos más se oían, más inquietos se volvían nuestros atacantes.

Miré la herida del brazo, después el cuchillo que escondía, y observé de nuevo la escena. Con el cuchillo en alto a mis espaldas me lancé en dirección al último sonido seco, con la cabeza bien agachada para evitar ser alcanzado, y con el máximo silencio del que era capaz. Conforme localizaba un atacante, le asestaba una puñalada mortal, y corría a desvanecerme de nuevo entre los árboles.

Y llegué hasta el origen de la resistencia: un hombre de extraña apariencia asestaba golpes a los soldados que se apostaban, con mayor sigilo y rapidez que yo, manejando un alto bastón que emitía un ligero silbido, y parecía esquivar las balas, pues ninguna de las que se dirigían hacia él llegaban a darle.

Cuando me vio, observé un brillo en el fondo de su capucha.

noviembre 11, 2011

02 Un suicidio


- Tranquila – le grité a los ojos.

Helena lanzó el cuchillo al cuello del maquinista con gran velocidad. Salté sobre ella, pero giró golpeandome con el dorso de la mano, y choqué con la pared del vagón, cayendo al suelo.

Ella avanzó hasta los mandos de la locomotora evitando pisar al hombre que se desangraba casi en silencio. Cuando logré incorporame Helena me miraba, sentada con el cuchillo nuevamente en la mano.

- ¿Por qué has hecho eso? -

- Porque tengo que morir. A ellos no les aprecio pero tú, siento que estés aquí -.

- No te entiendo, ¿cómo pretendes morir? -

- Estrellando el tren. ¿De qué círculo eres? -

Sin duda ella había vivido más. Le indiqué un tres con los dedos y ella asintió.

- Si quieres puedes saltar del tren, no te detendré -.

- No funciona así, tendrías que empujarme tú, o no renacería. Me quedaré -.

- Morirás entonces. Para siempre -.

- Para siempre no es un concepto muy acertado en nosotros. Creo que estás confundida -.

- Tienes razón, si algo fuera en nosotros para siempre, no estaría ahora aquí. Pero te equivocas: sé cómo matarnos -.

- ¿Puedo preguntarte qué te pasó? -

- Precisamente eso, que nada es para siempre, aunque lo creamos de nosotros mismo, o de las personas. Sobre todo las que más quieres. Pero ya no importa… -

- Te entiendo, conozco esa sensación, sé lo que es perder a alguien… Pero sigo sin creerte -.

- Todos tenemos reglas, y un modo de vivir, y de morir. Me lo repetía constantemente Jaël por si llegaban complicaciones, no las nímias de los humanos sino reales. Me decía que si morimos junto a muchos, a la vez, nuestra naturaleza se desvanece junto al resto de mortales -.

Aquello me desconcertó, pero no temía que fuese verdad: si cada uno tenía un modo de morir, yo no era como ella. Tengo que reconocer también que en el fondo no me importaba si realmente tenía razón.

- ¿Y ves normal provocar más de cien muertes por un suicidio? -

Helena se llevó el filo del cuchillo a uno de sus dedos y lo cortó de un solo tajo. El dedo cayó al suelo, sangrando, pero ella parecía no haber sentido nada.

- ¿Y es esto normal? ¿Es normal nuestra vida? Lo único que me parece normal ahora mismo es la muerte. ¿Acaso tú no estás cansado de vagar por el mundo, cambiando, renaciendo, perdiendo a todo el que se te cruza? Tú lo has dicho, “para siempre” no va con nosotros porque nada dura a nuestro alrededor. Pero estamos condenados a recordarlo una y otra vez.

No me había dado cuenta hasta entonces, pero el tren había aumentado su velocidad progresivamente, y ahora chirriaba. Tras aquellas palabras me quedé inmóvil, mirandole a los ojos, mientras la herida en su dedo dejaba de gotear paulatinamente.

No me movía, tan solo pensaba, en lo acertada que estaba, en lo que de verdad tenía y no tenía, y en los sentimientos que compartíamos: mi vida también era el goteo de algo sesgado. Así continuamos, mirándonos en silencio, envueltos por un sonido metálico cada vez más fuerte, hasta que todo se volvió del revés, desapareciendo la escena entera con un golpe inmenso.

noviembre 04, 2011

01 Entre trenes

Después de aquello me marché. No podía seguir viviendo en aquel lugar como si no hubiera pasado nada, yo no era humano que deba aceptar porque, puedo esperar otras cosas. Puedo esperar lo que quiera. Además, Miguel me había dado un nuevo objetivo: buscar a Laura.
    
Abandoné a mis padres, a mi hermanita Paula, la que más sufrió sin duda, y dejé todo para recorrer el mundo, conocer gente, como yo, ahora que sabía de mala mano que no estaba solo. Y con la esperanza de encontrarme con ella, otra vez.
    
Huí de allí sin morir, pues para viajar necesitaba cierta edad, y así me mantuve unos años, viajando por toda Europa, de tren en tren.
    
Me acostumbré a aquella vida sin preocupaciones, sin responsabilidades, tan solo aprendiendo, conociendo, manteniendome entretenido para no estar triste, manteniendome vivo siempre dentro de un vagón.
    
Pero las estaciones pasaban, y no me topé con ninguno como yo, hasta que unos años después reconocí el brillo en los ojos de una mujer de apariencia joven, sentada junto a la ventanilla del tren. El corazón se me escurrió hasta los pies con las sacudidas del vagón, empujado por un pensamiento que sabía improbable: ¿sería Laura?
     
Mientras me levantaba ella se giró, y me vio los ojos. Se levantó apresurada y aceleró el paso por el pasillo, mientras le seguía, hasta el espacio entre trenes. Allí la perdí.
    
Vi la ventanilla abirta y me asomé. ¿Había saltado, o quizás…? Cuando logré subir hasta la parte superior del vagón la vi alejarse en la misma dirección en la que avanzaba el tren, caminando con una gran prudencia y agilidad, asegurando cada paso. Fui tras ella con la misma habilidad, una destreza precavida adquirida con los años.
     
El viento nos golpeaba en contra de nuestro avance, pero ninguno de los dos temíamos caer, acompasando nuestros pasos a las sacudidas, para evitar golpes fuertes. Llegué hasta el nuevo espacio por el que había bajado segundos antes, tras el primer vagón. Bajé rápido, al tiempo de ver la puerta del maquinista cerrarse, y corrí para empujarla e irrumpir en la habitación antes de que la cerrara del todo. En el suelo había ya un hombre tendido, inconsciente, y la joven apuntaba con un cuchillo a otro que se afanaba por el miedo a los mandos del aparato.
    
- Tranquila – le dije mirándole a los ojos.
    
El corazón me latía fuerte. Después de tantos años practicamente inmóvil, volver a estar al límite de las situaciones me gustaba. No sabía con seguridad qué hacer a continuación, pero algo si tenía claro: no era Laura.
      

octubre 07, 2011

00 No es grata la muerte

- El calor, la causa del viento, y las hojas precipitan el otoño, y a su vez el frío, hasta la primavera, y ese es el círculo. Y los años pasaron, y dejé de vagar por la tierra, cansado, al Tiempo que te encontré, y me enamoré, como el que se cae de un árbol.
     
Contigo he formado una familia, y esta ha crecido con el calor, causa del viento, de las hojas, el frío. Es parte del círculo, de este mundo. Pero no es bella la muerte cuando mueres más de una vez, ni grata una vida en la que no puedas morir, de una u otra forma.
     
Descubrí una manera de morir cuando me encontré con otro inmortal como yo, de mi círculo, pero tuve miedo entonces, y ganas de seguir buscando. También me explicó que pasaría lo que me pasó, y por eso creíste que había muerto a mi vejez, cuando llegué al máximo de años de mi naturaleza, un número que no se corresponde ni a las veces que he repetido una edad.
       
Y cuando renací con tres años menos, aún viejo pero algo cambiado, no dudé en encontrarte, después de que lloraras mi muerte, y explicarte todo con tranquilidad, de narrarte mi vida, o trozos de un larguísimo viaje. Pero ahora, con poco ya que queda por que sepas, que te cuente, poco ya importa porque, vuelta las tornas, ahora eres tú la que te apagas, en un final de camino mucho más grato que el mío -.
              
Andrés, junto a la cama, aprieta las manos de Lucía, que abre los ojos, le sonríe, y vuelve a cerrarlos. Levantándose, Andrés quita las flores de una mesita, ya marchitas, y coloca en su lugar otro jarrón con tallos verdes y unas flores moradas, alargadas.
    
- No la despierte, se acaba de dormir – le dice a la enfermera junto a la puerta.
    
La enfermera entra en la habitación con cierta vacilación. Mira a la mujer, tendida en la cama, y después a Andrés, desvelando un brillo familiar en sus ojos.
   
- No te preocupes, pequeño – le responde Fael -, no volverá a despertarse, jamás -.
    

agosto 04, 2011

Final de la Temporada

Finalizó El Tercer Círculo. Para seguir la historia puedes ir en este enlace al primer capítulo.
Las próximas publicaciones serán a partir del curso que viene, que contará con la siguiente novedad: Podréis seguir los posts en el siguiente perfil: http://globedia.com/perfil/citaus/ del Periódico digital Globomedia.com

Gracias a todos por seguir el blog.

junio 10, 2011

21 Morir más de una vez

Serena como un sonámbulo, y fría, soltaba el libro que estaba ojeando en el stand del final de la calle. La mujer, rodeada de gente, caminaba por un vacío que observaba, acechando. Era guapa, de eso me acuerdo estupendamente, no tanto de las dudas. Pero sus ojos no mentían.

Aquella madre que dejó a su niña llorando salió de la calle y, ante la ausencia de miradas ajenas, le golpeé con fuerza la cabeza, y cayó inconsciente.

No podía comprobarlo, tenía que ser todo, o sería nada. Si Fael despertaba y encontraba un nuevo cuerpo al que saltar habría perdido días de búsqueda, sino la pista por completo.

Aquella mujer, que visitaba los nichos aquel día, despertaba en el mismo cementerio, tumbada en una caja de madera, encajada en una tumba, dolorida y bien atada, amenazada por un joven y una pala que arrojaba tierra sobre ella.

- ¡Ayuda! ¡Socorro! ¡Por favor! –

- No insistas Fael. Aquí nadie te oye. – Le decía mientras seguía cubriendo su cuerpo con arena. – Y si tenía alguna duda, tus ojos, nada más despertar, me la han resuelto -.

Un leve viento y el frío de la noche confirmaban mis palabras, el cementerio estaba desierto, con un silencio solo roto por la pala. Pero yo no la oía. En mi cabeza solo sonaba el golpe de Laura al desplomarse, y el llanto de aquella niña.

- No puedes matarme Andrés. Soy como tú, ¡piénsalo! ¿Acaso has perdido el juicio? –

- Sé que ese cuerpo sí es mortal, y cuando se quede sin vida, dime, ¿sobre quién saltarás ahí abajo? -.

La agresividad de Fael fue en aumento junto a su impotencia. Empezó a agitarse, buscando zafarse, pero su cuerpo estaba bien atado, y magullado. Cada vez que gritaba de rabia, le vaciaba una pala en la cara.

- ¡Andrés! ¡Te mataré, igual que a Laura, de la misma forma! ¿Me oyes? ¡Sácame o te juro que te mataré! –

- La promesa de un muerto es efímera como la vida…. –

Le cubrí primero la cabeza. No quería oír nada más, ya había hablado y gritado suficiente. Mientras seguía tapando, su cuerpo se agitaba con espasmos cada vez menos frecuentes, hasta que el montón de arena que ya se había formado dejó de moverse.

- Aquel día en el cementerio aprendí que morimos más de una vez en la vida -.

- Y a más vives, más veces mueres, pequeña -.

Cerré bien la tumba, la misma sobre la que rezaban la madre y la hija, cuyo féretro había enterrado antes junto al muro viejo. Y olvidé, por miedo, el nombre de aquella lápida. Hasta hoy.

junio 03, 2011

20 Un bon somni

Formaba parte de la estampa: con nueve años, ropas marineras le decían (pero no tenía otra cosa), sentado en el murete, con las piernas hacia el puerto, esperando a que alguno de los pescadores me diese alguna clases de trabajo. Barcelona me permitía mucha movilidad, lo que suponía también más problemas. Pero sabía zafarme.

No lo recuerdo bien pero, mirando la foto, después de todo lo pasado, recuerdo aquella niña de quizás siete años que cargaba con más cestas de lo que sus cortos brazos abarcaban.

- Gràcies -.

- De res, petita -.

- ¿Eres pescador? -.

- Se puede decir que sí. Aunque no solo pesco peces -.

- Qué raro eres -. Y me sonrió.

Recuerdo lo extraña que era ella también. Le brillaban los ojos, y aparentaba más edad al hablar.

- ¿Qué edad tienes? –

- A una chica no se le pregunta por su edad -.

- Eso es a las mayores -.

- ¿Tan pequeña crees que soy como para decirte mi edad? –

- No tanto, si no, no hubieras podido con tantas cestas -.

Y ambos reímos.

La busqué más veces sin éxito, porque quería saber más de ella, y porque algo me decía que la volvería a encontrar. Pero el cambio de ciudad hizo que me olvidara, como un buen sueño que olvidamos porque, ya cumplió su propósito.

- ¿Cómo te llamas? – le pregunté antes de perderla de vista.

- Laura -.

mayo 27, 2011

19 ¿Y qué vas a hacer ahora?

- ¿Y qué vas a hacer? –

- ¿Qué puedo hacer? –

- ¿Ahora lo entiendes? –

- Siempre lo he entendido -.

Pero no había hecho nada. Y ahora qué, tenía algo que hacer. Todo lo que te cuento fue antes de mi largo viaje, de aquel deambular que me llevó hasta aquí, hasta ti. Este fue mi por qué.

- ¿Le seguirás otra vez? –

- ¿Le seguirías tú? –

Miguel y yo hablábamos en la misma estancia en la que le clavé su cuchillo.

- No, le mataré, y tú me dirás como -.

- No es fácil acabar con alguien como nosotros -.

- No te he pedido problemas. No estoy aquí para que me digas qué no puedo hacer. No voy a seguirle como has hecho tú. Voy a encontrarle, y le mataré -.

Aquel día trazamos el plan, sin seguridad alguna. Pero con la fuerza de una victoria que oía a lo lejos, como a las olas del mar desde el viejo faro, una victoria del que sabe que ha de luchar para tenerla, del que ansia la lucha sobre todas las cosas.

Pero no fue lo único que tracé aquel día, también mi viaje, una racha de esperanza que me ayudó sin duda. Tengo que confesarte que llegué aquí buscándola a ella, por eso recorrí casi todo el mundo, gastando años de mi inmortal vida, esperando el reencuentro.

- Detener a Fael es justo, pero la venganza ciega no es la mejor compañera -.

- No me importa lo que digas. Ha destruido un trozo de mi, uno de los dos se irá para siempre -.

Miguel me miró diferente, como si encontrase otro significado a lo que había dicho.

- Entiendo el dolor, y los problemas que Fael ha sembrado a tu alrededor. Pero, ¿Cuándo dices “ha destruido”…?

- Me refiero a ella, sí. O quizás a mí mismo. Aún la quiero. Sin ella me falta todo -.

- Pequeño inmortal de ojos verdes, creía que lo sabías: ¡Laura es como nosotros!, cercana a tus años. Murió como haces tú y los de tu círculo, pero no desapareció de este mundo.

mayo 20, 2011

18 El último salto

Corrí como un perro, más que con la lengua, con el corazón colgado fuera. Temía a mis sospechas, temía a Fael, y quería detenerle antes de que cometiese lo que no quería ni pensar.

Corría sin parar. No sé cómo lo haría él, pero sabía que llegaría antes que yo. En la carrera, casi choqué contra un carrito de bebé que salía de un edificio con un niño y un matrimonio. Y cuando ya me alejaba de aquella zona, llegué hasta el viejo faro.

La puerta estaba abierta, pero no había signos de violencia, ni otro cuerpo en el suelo. Sobre el sofá verde se apoyaba en equilibrio un paraguas naranja.

- Laura – dije más hacia dentro que hacia fuera.

Sabía que había estado allí, y sabía que ya no estaba.

Corrí de nuevo buscando un rastro, otra zona a la que podría haber huido. – No hay otro cuerpo – me repetía.

Todo parecía desierto, sin vida, sin movimiento, sin olor y sin recuerdos. Soplaba un viento fino, frío, que mecía los árboles del pequeño cementerio a las afueras. Si había escapado al faro, por cercanía, aquel era el sitio. Y no estaba equivocado.

Laura me miraba desde un pasillo de tierra, entre las tumbas, asustada y triste, con ojos llorosos, con un brillo raro en ellos.

- Laura – le dije acercándome, mientras aminoraba la marcha, aún con miedo -.

- Andrés, te quiero tanto… - respondió casi sin moverse.

- Yo también te quiero -.

Y al instante, Laura se desplomó en el suelo. Le había hablado entre lágrimas, porque entendí cierta ironía en su voz, e interpreté el brillo de sus ojos. Fael saltó sobre una mujer que dejaba flores en una tumba, junto a su hija, en aquel solitario cementerio.

- No había solución, ya había saltado sobre ella, y a menos que me quisieras a mí como compañera… - me dijo en la lejanía, ante el asombro de la niña, que no entendía qué decía su madre. Yo le oía, pero no llegaba a entenderle, descompuesto sobre Laura, llorando ante su quietud -. Así es la vida, Andrés, un conjunto de saltos, a veces buenos, y otros mejores -.

Fael empezó a correr y se marchó, y la hija de la madre sobre la que había saltado rompió a llorar, paralizada, sin entender qué pasaba.

Yo seguía junto a Laura, sin poder dejar de contemplarla, de tocarle la cara, de desear que se moviera. Pero no lo hizo.

- Nunca me separaré de ti – le susurré -, te lo prometo -.

mayo 13, 2011

17 Como si fuéramos perros

Esta vez yo di con él. Saltar sobre el novio de Paula me caía mas de cerca que ninguna otra muerte. Tendría que haberle dado alcance aquel día, pero escapó. Ahora me tocaba a mí...

- ¿No eres tú el que querías jugar? ¿No te diviertes? –

Peleábamos como dos perros callejeros. A mi suerte, había saltado en alguien más pequeño que yo, y le golpeaba con la fuerza de esa pequeña ventaja, aunque a ambos se nos notaba la acumulación de años.

- Por fin te veo libre, pequeño -.

- No me llames así – le dije mientras le apretaba al suelo por el cuello.

- ¿Crees que puedes detenerme? No tienes ni una sola posibilidad -.

Y sucedió lo que estaba intentando evitar, que nos vio alguien. Un hombre adulto nos miraba estupefacto, y empezó a acercarse para separarnos. Entonces Fael le miró a los ojos, y saltó sobre él…

Ahora Fael era el hombre, y se acercaba hacia mí riendo. Pero yo también sabía trucos, aprendidos con el tiempo y la falta de miedo. Corrí hacia él y con un salto le derribé, golpeándole en la cabeza. Con lo grande que era rodé por el pavimento.

Y así quedamos los tres por un momento, tumbados, tirados en el suelo: el nuevo Fael, el niño sobre el que había saltado, ahora muerto, y yo.

- Podríamos hacer grandes cosas – me decía incorporándose. Se le notaba algo aturdido por mi movimiento -, pero te empeñas en vivir con humanos. Quizás si elimino el empeño cambiases de idea – entendí al instante que me estaba amenazando.

- Y tú podrías ser mejor humano – le dije también amenazante, incorporándome – si te quisieras un poco, si dejaras de pensar como un perro vagabundo al que nadie quiere -.

- ¿Acaso te crees feliz porque tienes un hogar? ¿Cuánto crees que va a durar? Los hombres son cambiantes… -.

- ¡Todos somos cambiantes! ¿Tanto te cuesta entenderlo? ¿Tan ciego estás? – mientras hablaba buscaba con la mirada algo con lo que golpearle – Y si vas a ser tú el que decidas los cambios de los demás, créeme, conseguiré detenerte, aunque me cueste -.

Ya tenía algo localizado, una vara metálica corta pegada a la pared, más cerca de mí que de Fael, por lo que había posibilidades de llegar antes. Pero él también había hecho cálculos, y no me había dado cuenta. Mientras hablábamos había retrocedido un poco.

- Bueno, si tú no entras en razón, quizás alguien a quien quieres te convenza – aquello fue un relámpago: lo tenía preparado – Un sillón dentro de un faro abandonado puede ser muy persuasivo…

En un giro perfecto salió corriendo, huyendo de donde estábamos, perdiéndose tras torcer en la siguiente calle.

Sentí caer como antes lo había hecho el pequeño cuerpo desde el que saltó Fael, pero sabía que no tenía tiempo, y corrí tras él. No le vi en la siguiente calle. Las dudas me paralizaban demasiado: ¿cómo sabía lo del faro? ¿Cómo no visualicé su plan desde el principio?

Pero un miedo me pesaba más que las dudas, un temor que entendía a la perfección, aunque no quisiera. Un pensamiento que me hizo correr como si estuviera endemoniado, rabioso, en dirección hacia el faro, hacia donde suponía se dirigía Fael.

- ¡Laura! -.

abril 29, 2011

16 Fuera del paraguas

Sabía en qué consistía mi vida, por eso no culpo a nadie. Quizás sí de las cosas que no controlaba, o las que me superaban, o las que desconocí al principio, no lo sé. Pero no hay nada que no tenga solución, ni camino que no se doblegue a tus pies.

Así se lo decía a Irene en la casa, convenciéndola de que no se preocupara por mí, sabiendo que algo intuía de mi naturaleza, sintiendo como buena madre, aunque adoptiva, que volaría del nido mucho antes de lo lógico y normal.

Y así convencía a Paula de que fuera fuerte, aunque ya lo era, y centrase sus fuerzas en aquellas metas que había empezado a proponerse en su temprana adolescencia.

- Si luchas, - le decía – sabrás hasta dónde eres capaz de llegar, y vencerás tus metas. Pero solo si luchas -.

Fuera de la casa el tiempo era turbio. Laura me esperaba con su paraguas naranja, y ambos caminábamos por las calles. Le hablé de Paula y de mi madre.

- Eres el mejor hermano e hijo del mundo – me decía -, pero no entiendo por qué lo dices tan triste, ¿por qué temes no estar ahí siempre? -

- Porque quizás no lo esté. No es algo en lo que tenga certeza -.

Las primeras gotas siguieron a una lluvia que hacía correr a toda la calle, que oscurecía lentamente. Laura abrió su paraguas mientras nos mojábamos un poco, y ambos nos refugiamos, pegándonos bajo su protección. Su pelo, algo mojado, enmarcaba unos ojos que parecían reflejar cada gota de lluvia que caía fuera del paraguas.

- No entiendo por qué dices eso. A veces eres muy pesimista en cuanto al futuro -.

Pero yo no la oía. Había quedado casi hipnotizado mirando sus ojos. Me uní más a ella y la besé, hasta que, entregada al beso, dejó caer un poco el paraguas, y empezamos a mojarnos de nuevo. Ambos sonreímos.

- Te prometo que, mientras la vida me deje, estaré siempre ahí donde tú estés -.

Como un círculo más, símbolo de la perfección, de lo continuo, de lo inmortal. Así era mi amor hacia Laura, inmortal, algo que vive por encima de lo que la vida pretende.

marzo 25, 2011

15 ¡Vuelve!

Y ahora, ya lo sabes. Siempre había cuidado de mi mismo, por qué no también de mi alrededor. Ese era mi deseo, más que sobrevivir, salvar aquello que era más real que la vida misma. Y ya lo ves, entenderás por qué llegué hasta aquí después de tantas vueltas.

Son esos momentos cuando recuerdas los días más tranquilos de tu vida, e incluso mi estancia en el San Claire, al principio encierro, me parecía un paraíso.

Recuerdo a la pequeña Paula, y su problema con su peluche favorito, el viejo conejo gris de orejas de mangosta. Le encantaba, bueno, y a quién no, y empezaba a llorar si no aparecía. Yo le enseñaba a enfrentarse a la dificultad, y a buscarlo luchando contra los peligros imaginarios del camino, y en fin, así me entretenía haciendo de padre.

También a Elena, imposible olvidarla. Me alegro haberla conocido a esa edad, y también haberme despedido de ella, aunque la eche de menos. Nos reíamos cuando consolaba a Paula y le decía aquello de llorar solo moja, que no servía de nada, y que iba a acabar resfriada. Y cuando se animaba, Paula reía mientras hacía como que nadaba.

Mis pequeños compañeros, e incluso David, cómo olvidarme. Recuerdo ver en aquellas caras la inocencia pura, y todo lo que le acompaña. Una inocencia hermosa, y cruel a la vez, porque tan pronto como se otorga, tan pronto la vas perdiendo, y en algunos como David más rápidamente.

No digo que seamos eternamente niños, yo que lo fui muchas décadas. Pero sí digo que es necesario mantener lo más posible parte de esa inocencia que guardamos de pequeños, de esa bondad tan desinteresada, tan hermosa. Porque, cuando la perdemos del todo, ni siquiera los que son como yo podemos volver atrás, y recuperarla.

marzo 18, 2011

14 Sobre lo que nadie puede cambiar

Cómo se olvidan las cosas. Es increíble como el tiempo puede borrar cosas que para aquel presente son muy importantes, y ahora tan solo anécdotas que tienes que refrescar.

- No quiero verle jamás - lloraba Paula en su cuarto, consolada por su madre.

Lo superaría. Pero en aquel momento parecía morir, (una suerte, mala, que sí corrió su novio).

Tuve que mentirle. Le dije que cuando yo me iba de la casa le vi salir corriendo a la llamada de un grupo de amigos, e irse con ellos, pero que pensaba que él se lo había dicho antes de marcharse de ese modo. Pobre chico. No me gusta mentir sobre lo que nadie puede cambiar.

No sé qué hizo Fael, pero se las arreglaría para atar cabos, porque nada más se supo, ni se recordó. Literalmente, pareció como si a aquel novio de Paula se lo hubiera tragado la tierra (o el tiempo, o el olvido).

- No te preocupes, Paula – le decía Irene – A esa edad los niños son muy tontos -.

Ya, pero duele, me contesté. Yo miraba a Irene, y ella me entendía. Siempre sospeché que sabía algo de mi naturaleza, y siempre me había entendido a la perfección: No te preocupes por ella, le decía con la mirada, se le pasará, sabrá superarlo, porque sabe cuidarse sola, y porque estoy yo aquí para que no le pase nada. Para recordarle lo que le hace fuerte, y lo que le hace reír.

- Ánimo hermanita – le dije –que llorar solo moja – y se rió.

marzo 11, 2011

13 Lo que guardas

Corríamos como condenados: él riendo, divertido, y yo desorbitado, sin saber qué hacía, o qué hacer. Para él, todo quedó en un juego, o en una broma, o en una advertencia, no lo sé. Para mí fue peor, porque con la carrera solo conseguí darle algunos golpes, y escapó sin dialogar, sin entender,… venciéndome.

Cuando tienes todo que perder y la mente llena de sentimientos. Cuando ves la injusticia una y otra vez, acercándose, esperando a que te toque. Una rabia inmensa, unas ganas de gritar incontrolables, y un algo en tu interior que no quieres que toquen.

La locura llega a veces en los días más cuerdos, una locura llena de pequeñas alegrías que te afanas en proteger, pequeñas alegrías, una por cada lágrima que se te escapa con solo pensar que lo pierdes.

Y como buen guardián que se afana a ello, ira, poca sensatez, o agudeza, según sobre quién se emplee.

Un sábado alegre, en familia. Irene preparaba la casa, y Paulita llegaba con su novio, el chico simpático que, de momento y por su plante, habíamos aceptado como primer noviazgo de la niña ya no tan pequeña.

- Luego queríamos ir al cine mamá, no te preocupes – decía alegre Paula, y se marchaba a la cocina, a seguir hablando con Irene.

Aquella familia le había devuelto la vida a la pequeña. Me sentía parte de aquella felicidad, y a la vez la envidiaba, y eso no era bueno: - no te acostumbres a un hogar – me repetía.

A solas en el salón con su novio, quise buscarle conversación para que no se sintiera incómodo. Era una buena persona, y tendría que haberlo sido.

- ¿Qué película vais a ver? – le pregunté, mirándole a los ojos -.

- La de tu vida, pequeño – contestó Fael, al tiempo que le reconocía por la mirada, ahora en el cuerpo de aquel muchacho.

No sé si era lo que buscaba, pero le hubiera matado allí mismo. Sin embargo corrió como un bufón, y yo detrás dando un golpe a la puerta que quedó medio abierta, dejando atrás mi cordura, mi familia y ese sábado alegre.

febrero 25, 2011

12 Nunca digas nunca hamás

Aquel día la llevé al faro, al pequeño edificio abandonado entre la última barriada y el pueblo, pegado al mar, en el que me había hecho todo un refugio limpiando y trasladando algunas cosas para hacerlo habitable, un escritorio, un sofá verde, la mitad de una nevera,…

No era tanto por alejarme, me sentía bien rodeado de personas. Pero como solitario, también a veces necesitaba un espacio solo para mí. Y ahora lo compartía, le enseñaba a Laura el modo secreto de entrar. Y accedíamos dentro. La preocupación que tenía por si era peligroso se esfumó cuando contempló las vistas.

Es curioso cómo cambia todo, te acostumbras a un modo de vida, incluso juras cosas que crees para siempre, y luego se desvanecen. Para mí era nueva etapa, después de tantísimos años sintiendo una necesidad conocida, pero no explorada. La dificultad que implicaba por mi apariencia y la abundancia de tiempo me habían llevado a concentrarme en otras cosas. Y como nueva, casi un mundo.

Si cada etapa es distinta, cada etapa es única de vivir intensamente, a su modo, y es importante entenderlo así. Y aunque haya que vivirla en su presente, sin anclarse en etapas pasadas, aprovechándolas al máximo, también hay que mantener parte de la chispa de otras ya vividas.

Y nosotros, nos besábamos como niños, en un perfecto giro sin atender a las olas, ni su sonido, ni las gaviotas. Descuidados pequeños que descubren por primera vez un nuevo amor que no quieren soltar.

Descuidados. Fael nos observaba, pero entonces no lo sabía.

febrero 18, 2011

11 Todo un mundo ahí fuera

Disfrutaba en los recreativos. Casi todos pasábamos por allí de vez en cuando. Julio jugaba al billar, practicando para ganarme, seguramente. Yo estaba en una mesa, esperando a Laura, observando la escena que tanta curiosidad me ofrecía.

Paula reía sentada con sus amigos, y su novio. De vez en cuando me miraba para comprobar que yo no la miraba, y así creía, pues yo disimulaba. Algunos compañeros machacaban las máquinas, o jugaban al futbolín, o hablaban con el simpático camarero, riéndose del otro, más borde.

Sin duda era todo un mundo aquello, un lugar raro y algo loco si estabas mucho tiempo, pero alegre. Veías a la gente reír, despreocupados, moviéndose todas las cabezas al son de un baile desigual. Y entre todas las risas, sus ojos, esa mirada reconocible: Fael estaba allí.

Se me cambió la cara, incluso el cuerpo. Me levanté y caminé con tranquilidad hacia la salida, y hacia una de las calles laterales. Fael me siguió de cerca creyendo seguramente que hablaríamos, pero de nada quería yo hablar.

- ¿Qué demonios quieres? – le grité a la cara tras cogerle de la ropa y pegarle con fuerza a la pared. Él me sonreía. – Te dije que me dejaras en paz, ¿no te basta como respuesta? –

- Creo que no es lo que quieres, pequeño. He venido a hacerte una propuesta -.

- No me interesa – dije rápido, y me volví. Entendí entonces que no le valían las respuestas, que me gustase o no, tendría que intervenir de alguna forma.

- Yo creo que sí, y tú no la has oído todavía -. Ya me estaba alejando, pero había durado poco el farol: en cuanto volvió a hablar corrí hasta él y de nuevo le golpeé contra la pared. – Quizás a alguno de tus amigos sí le interese… -

- Escúchame bien, inmortal. No sé como matarte pero te aseguro que si te vuelvo a ver por mi vida encontraré la fórmula, o al menos te causaré un dolor tal que tardarás un par de vidas en olvidarme -.

Le solté mientras le observaba con la respiración entrecortada por el esfuerzo. Ya no sonreía. Cuando iba a hablar otra vez volví a interrumpirle de golpe, marcándole lo poco que me importaba lo que dijese, y en un intento de supremacía.

- Lárgate. Hay mucho mundo ahí fuera. No me necesitas para nada, hagas lo que quieras hacer. Y yo no te necesito. Así que déjame en paz –. Me di la vuelta y me fui despacio, sin volverme siquiera al grito de su respuesta.

- No sabes lo que quieres. Podríamos dominar todo el mundo de ahí fuera, y te empeñas en una pequeña porción, pareces un bebé encerrándote con mortales. ¡Claro que me necesitas!, pero no quieres verlo -.

febrero 11, 2011

10 Cruel es

La guerra es muerte, ya lo sabes, y los que esperan otra cosa solo mueren engañados. Yo me movía con la agilidad adquirida con los años, y con la valentía del que no tiene nada que perder. La gente se sorprendía de mi corta edad y de mi arrojo, pero ante la necesidad, no vacilaba su moral, y me convertía en un mensajero de punto a punto, corriendo entre los silbidos de las balas. Ya lo había hecho en España, y las balas siempre son iguales, aunque suenen diferente.

Todo terminó “haciendo el gato”, como te conté, pero antes había estado viviendo con una familia. Comprobé entonces hasta dónde podemos ser crueles, sobre todo cuando nos aferramos a conseguir algo, o cuando la guerra de nuestro alrededor nos coloca donde no queremos estar.

Cuando el comando llegó mi padre se empeñó en escondernos, desconociendo que podría haber ayudado. Acabé solo en el sótano, encerrado ante mi insistencia, desde el que oí los gritos, los disparos, y luego nada.

Permanecí dos días enteros encerrado hasta que la avanzadilla rompió el candado, y bajó al sótano, donde desenrollaron en la mesa del centro unos mapas, y comenzaron a discutir entre ellos.

¿Cómo lo hice? Bueno, algo les entendía, y antes de que abrieran la puerta moví los muebles de la esquina hacia adelante. Estaba desesperado, lo que me hacía más vivo. Un escolta se acercó al armario con el fondo roto, abrí ligeramente la puertecita, cogí su arma y disparé. Retrocedí y me colé por el boquete, repté como pude por detrás de todos los muebles, hasta la caldera, donde vi como el resto de militares disparaban asustados a su compañero y, a la caída de este, a un armario vacío.

Los maté a todos. No recuerdo pensamiento alguno, ni negativo, ni satisfacción. Tan solo disparé con precisión, por si me quedaba sin balas, y con suficiente rapidez. Subí los escalones despreocupado, encontrándome con dos soldados que aparecieron corriendo, asustados, y cargando sobre mí, matándome con siete años.

Pero no me importaba, es más, fue perfecto no tener que buscar otra muerte.

febrero 04, 2011

09 Perfecto giro

- Un reloj, es perfecto, gira continuamente, siempre trazando el mismo círculo -.

- Sí que para. Es el tiempo el que no se detiene. Pero la máquina, en alguna vuelta tiene que detenerse -.

Tumbados en el sofá verde hablábamos, Laura y yo, de mil cosas, algunas sin importancia, y otras con la mayor del mundo para nosotros.

- ¿Entonces? –

- Te declaro mi… -

- No. Nada de declarar – reíamos -, es absurdo -.

- Tienes razón, declaramos también en la aduana. Es una palabra absurda.

Laura me sonreía, y se apretaba más contra mi, gesto propio de a quien no le basta el tacto de la piel, y busca sentir un mínimo de latidos.

- ¿Cómo lo dirías entonces? – le preguntaba.

- ¿Cómo dirías qué? Porque son muchas cosas las que podrías decir. Lo que pasa es que la gente suele reducirlo todo a contadas expresiones -.

Hacía algo de frío en el salón, pero no lo notaba, absorto en la conversación, en su cuerpo, en sus ojos.

- Que eres única, y tan especial que nunca hubiera imaginado que existías, y que ahora adoro el privilegio tan solo de observarte -.

- De esa manera, tal y como lo has dicho -.

Y volvimos a hacerlo. Nos envolvíamos y nos besábamos dejando caer la tarde, girando sin preocupación.

- Me encantaría detener el tiempo, pararme dentro de esta habitación, contigo -.

- Si viviéramos para siempre, no encontraría otro lugar mejor en el que estar -.

enero 21, 2011

08 El tercer círculo

- Dices, ¿los que son como él? –

Me miró con curiosidad - ¿Cuántos años tienes? –

- ¿Por qué lo quieres saber? –.

- Pareces joven -.

Realmente estaba sorprendido. Tanto tiempo desconociendo mi naturaleza, y en poco tiempo ya había conocido a dos como yo, aunque no exactamente.

Miguel había quedado tumbado en los cartones tras clavarle la daga en el estómago, y me miraba derrotado, esperando a que yo hullera, pero sin inmutarse ante el filo. Pasado unos segundos en un diálogo mudo cogí una de las cajas de madera astillada y me senté tranquilo, sin quitarle ojo, mientras él hacía lo mismo con otra caja, incorporándose lentamente. Tiró de la daga hacia fuera y comenzó a limpiarla de sangre con un trapo sucio del suelo, mientras hablábamos.

- No eres Fael – era mi primera preocupación.

- No, pero sé de quién hablas – me respondió Miguel, con calma y sinceridad -, le sigo desde hace tiempo -.

- ¿Por qué me espías a mi entonces? –

- No eres el único, y no estaba seguro de si tenías algo que ver con él -.

- ¿Por qué…? –

- Ha matado a mucha gente. Los de su círculo suelen ser más impulsivos, descuidados. No se dan cuenta de que no pueden llamar la atención, y solo traen problemas. Si tuvieras más edad lo entenderías -.

Miguel se había levantado, y caminaba observando los carteles viejos de la pared, sin prestarles atención, absorto en pensamientos mientras hablaba. Yo sentía que aquello le dolía, como si hubiera perdido a alguien.

- Lo entiendo a la perfección – le protesté.

- No estoy tan seguro – me contestó. – Nosotros solemos vivir más, y a la larga nos toca solventar vuestros caprichos. Pero Fael… ellos son imprudentes, y cobardes por lo general, acostumbrados a saltarse los problemas -.

- ¿Conoces a más como yo? –

- El tercer círculo, los eternos que se reescriben, pero nunca más allá de cuando murieron. Sí, hace mucho tiempo conocí a uno, pero era más vieja que tú. Más sensata -.

Miguel se volvió para mirarme, para transmitirme la importancia de lo que le había llevado hasta allí.

- Hay muchos como nosotros, cada uno con características diferentes. Aunque solo somos un mínimo porcentaje frente al resto. Pero tanto en unos como en otros solo vale respetar, o no intervenir. Es la única forma de que no se derrumbe todo. Pero Fael está buscando escombros entre los restos… -

- No te preocupes por mi, no se los voy a dar – le corté tajante.

Podría haber estado allí todo el día haciendo preguntas. Pero su lema me recordó mi neutralidad: tan solo quería paz. Me recordó que tenía que volver con Paula.

Me levanté y me despedí de Miguel, una despedida que zanjaba aquello, que le dejaba a solas con su misión, porque ni quería ayudarle, ni quería volver a ver a Fael. Porque toda aquella información, que había buscado años atrás, llegaba justo cuando menos me interesaba.
           

enero 14, 2011

07 Tú la mogas

Fael se acercaba hasta donde estaba, hacia mi grupo de amigos. Le reconocí al instante, en cuanto vi sus ojos. Ya no me engañaba su apariencia, esta vez en el cuerpo de un niño que bien podría pasar por uno de los de mi clase (y me aliviaba que no lo fuera).

Verle en un nuevo cuerpo me asustaba. Sabía qué le pasaba al anterior. Y aunque en otro tiempo le hubiera seguido, por curiosidad, no me fiaba de él, tenía poco que perder. Creía que le había quedado claro, pero era tan cabezota como caprichoso.

- Eh Andrés, ¿vais a jugar un partido? Yo me apunto – dijo al llegar.

- ¿Quién es, Andrés? – preguntó Julio.

- Un vecino – respondí.

- Me llamo Rafa, encantado – se presentó bajo miradas de extraña curiosidad.

Carlos, más inquieto, movía el balón con el pie, y chutó hacia la portería. - Vamos a jugar a balonazos – dijo - ¿te apuntas? -. Y parecía como si quisiera darle misterio al juego, restringido a los no valientes. Iluso.

- De acuerdo – respondía Fael – yo me la mogo -.

No sé qué resultaba más raro, retar a alguien con muertes a su espalda, u oírle decir esa expresión. La cosa es que los niños corrieron hasta el campo, mientras yo me quedaba a observar la extraña escena de lucha instigada por alguien como yo, es decir, con mucha más edad de la que aparentaba.

El que llevaba la pelota tenía que chutar contra otro y, si le daba, a este le tocaba llevar el balón. Fael me desafiaba con aquello, incitaba a mis compañeros a golpear más fuerte, y les dirigía como a una tropa. Y a cada balonazo que recibía se giraba para mirarme desafiante, demostrándome que aquello le era indiferente, por muy fuerte que le golpeasen, demostrándome que se aburría, y que aquella no era una vida que me tocase vivir.

El balón se escapó y rodó en mi dirección. Sin pensarlo corrí y lo golpee con gran fuerza y sin dirección, y dio a parar en lo alto de una palmera. Mis compañeros gritaron protestando.

- Se acabó el juego chicos, gracias a Andrés – dijo Fael mirándome.

- No, todavía no – le contesté.