diciembre 11, 2009

10 ¡Fuego!

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El sonido de la alarma seguía retumbando en mis oídos. Después de llegar hasta el edificio, nuevamente por la puerta que unos minutos antes había abierto David, comencé a subir las escaleras del orfanato para poder ver por las ventanas delanteras cómo iba la situación, y qué era lo que estaba pasando.

En el patio estaban todos formados, aún con miedo. Las banderas, paradas, inmóviles, observaban el movimiento de los internos en guardia, recontando a los presentes, y contando a los curiosos y a los profesores y bomberos (o más bien, vecinos voluntarios) que iban llegando todo lo sucedido.

Estaba de suerte. Faltaba el grupo de las niñas más pequeñas. Me di cuenta justo en el mismo momento que Elena, recién llegada al patio, observando a todos los niños con preocupación. Sin duda había encontrado una escusa para explicar mi ausencia allí abajo.

Corrí hasta la habitación y me crucé con el fuego: en el baño del pasillo una pequeña papelera escupía llamas, quemando los papeles que había por todo el suelo. Los cuatro hombres que ya estaban allí apagándolo todo acabarían con el pequeño intento de incendio en poco tiempo, no había mayor riesgo tal y como se había provocado, y menos habiendo iniciado ya su extinción. Pero ellos no lo sabían en aquel momento, y su nerviosismo se traducía en gritos y aspavientos.

- ¿Qué haces aquí niño? – me gritaba uno desde la puerta que sujetaba abierta, como si quisiera avivar aún más el fuego - ¡corre hasta el patio! -

Pero ninguno de ellos conocía el edificio ni quien lo habitaba, por lo que no habían comprobado las habitaciones. Y aunque estaba seguro de que en ese mismo momento ya corrían profesores por todas las estancias, buscando a los rezagados, necesitaba que yo fuera el primero, como así sucedió.

Las niñas, escondidas por miedo en la alacena del comedor, habían atrancado la puerta, y no podían abrirla. Al tener que pasar por la habitación del incendio, viendo a aquellos hombres creyeron que todo el edificio estaba ardiendo y se asustaron. Me hubiera reído, porque me hizo gracia la situación cuando me lo contaron, pero agoté todas mis fuerzas abriendo la puerta.

Volví a escuchar los gritos de los “magníficos bomberos” cuando pasamos por al lado, esta vez bajo mis gritos de “no pasa nada”, con el incendio aún no apagada del todo: si este hubiese sido mayor, habrían dejado que se quemara todo el edificio. Paula se agarró a mí, y así aparecimos en el patio, todo el grupo de niñas gritando y yo, como el héroe. Me lo agradecieron y me felicitaron por mi escusa (es decir, por el salvamento), y me preguntaron por David, pero no dije nada. Días después huyó de su escondite.

- Estás hecho todo un valiente, Andrés – me dijo Elena cuando aparecimos en el patio – estábamos muy preocupados – y me abrazó.

- Gracias – le contesté respondiéndole al abrazo. Hacía tiempo que no me sentía tan bien. Me gustaba Elena, no podía esconderlo, pero sabía que aquello era imposible, además tenía que salir de allí. No, aquello no era posible, ya se me olvidaría…

Ella dejó de abrazarme y, acariciándome el pelo, me miró a la cara. – ¿Y ese golpe que tienes? ¿Dios mío, estás bien? –

- Yo… - rápidamente, pensé en algo – me di con una puerta cuando corría, había mucho humo – y eso fue lo que se me ocurrió.
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diciembre 04, 2009

09 Adopta dos

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El despacho de Luis, ahora mucho más ordenado y con mejor apariencia, era la última escala que tuvieron que hacer Irene y Amalio antes de poder adoptar a uno de los niños de Santa Clara de la Montaña (o como los niños le llamaban, “El San Claire”). Pero la niña pequeña que ya tenían en mente no sería la única que se uniría a su familia.

Don Luis les ofrecía de beber mientras repasaban los documentos que tenían que firmar. Mientras tanto la profesora Elena buscaba a la niña para presentarle a los que serían sus nuevos padres.

- Ya verán qué contentos quedan, es un sol de niña, y acaba de cumplir seis añitos, seguro que no tienen ningún problema – les seguía convenciendo el director – sobre todo queriendo un niño de esa edad… ¿tenían un hijo mayor ya trabajando, no? ¡Cómo pasa el tiempo! Cuando quieres darte cuenta…

Paula sabía ya a qué venía Elena. A veces me pregunto si lo tenía todo estudiado, si llevaba tiempo pensando en la estrategia que se disponía a realizar. Sabía que se iría conmigo a dónde sea desde que me conoció, y más tras el incidente con el fuego. Después de todo lo que había sufrido conocerme fue para ella lo más cercano al concepto de familia que tenía, por eso me llamaba hermano, decía que yo tenía que ser su hermano mayor. Incluso me lo había dicho más de una vez, ahora que recuerdo: si algún día me voy con una familia les diré que tú también vengas. Y aunque yo le daba largas para quitarle su obsesión, insistía.

- Ah, ya están aquí – volvió a hablar el director mientras Elena y la niña entraban por la puerta del despacho – pasa paulita, te quiero presentar a dos personas maravillosas… -

- Estoy encantada de conoceros – dijo haciendo una pequeña reverencia – ¿irá también mi hermano con nosotros?...

Y bueno, sinceramente nunca supe como lo consiguió. Ella no quiso contármelo, por lo que supongo que lloraría, pero lo demás, lo desconozco. Lo único que sé seguro es que lo logró: nos adoptaran a los dos. Aunque no me convenció al principio, lo reconozco: me gustó que lo hiciese. En cuanto lo solucioné todo para que fuera posible estuve encantado de aceptar a la nueva familia. Todo gracias a ella.

Sin duda era demasiado lista y resuelta para su edad.
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