mayo 27, 2011

19 ¿Y qué vas a hacer ahora?

- ¿Y qué vas a hacer? –

- ¿Qué puedo hacer? –

- ¿Ahora lo entiendes? –

- Siempre lo he entendido -.

Pero no había hecho nada. Y ahora qué, tenía algo que hacer. Todo lo que te cuento fue antes de mi largo viaje, de aquel deambular que me llevó hasta aquí, hasta ti. Este fue mi por qué.

- ¿Le seguirás otra vez? –

- ¿Le seguirías tú? –

Miguel y yo hablábamos en la misma estancia en la que le clavé su cuchillo.

- No, le mataré, y tú me dirás como -.

- No es fácil acabar con alguien como nosotros -.

- No te he pedido problemas. No estoy aquí para que me digas qué no puedo hacer. No voy a seguirle como has hecho tú. Voy a encontrarle, y le mataré -.

Aquel día trazamos el plan, sin seguridad alguna. Pero con la fuerza de una victoria que oía a lo lejos, como a las olas del mar desde el viejo faro, una victoria del que sabe que ha de luchar para tenerla, del que ansia la lucha sobre todas las cosas.

Pero no fue lo único que tracé aquel día, también mi viaje, una racha de esperanza que me ayudó sin duda. Tengo que confesarte que llegué aquí buscándola a ella, por eso recorrí casi todo el mundo, gastando años de mi inmortal vida, esperando el reencuentro.

- Detener a Fael es justo, pero la venganza ciega no es la mejor compañera -.

- No me importa lo que digas. Ha destruido un trozo de mi, uno de los dos se irá para siempre -.

Miguel me miró diferente, como si encontrase otro significado a lo que había dicho.

- Entiendo el dolor, y los problemas que Fael ha sembrado a tu alrededor. Pero, ¿Cuándo dices “ha destruido”…?

- Me refiero a ella, sí. O quizás a mí mismo. Aún la quiero. Sin ella me falta todo -.

- Pequeño inmortal de ojos verdes, creía que lo sabías: ¡Laura es como nosotros!, cercana a tus años. Murió como haces tú y los de tu círculo, pero no desapareció de este mundo.

mayo 20, 2011

18 El último salto

Corrí como un perro, más que con la lengua, con el corazón colgado fuera. Temía a mis sospechas, temía a Fael, y quería detenerle antes de que cometiese lo que no quería ni pensar.

Corría sin parar. No sé cómo lo haría él, pero sabía que llegaría antes que yo. En la carrera, casi choqué contra un carrito de bebé que salía de un edificio con un niño y un matrimonio. Y cuando ya me alejaba de aquella zona, llegué hasta el viejo faro.

La puerta estaba abierta, pero no había signos de violencia, ni otro cuerpo en el suelo. Sobre el sofá verde se apoyaba en equilibrio un paraguas naranja.

- Laura – dije más hacia dentro que hacia fuera.

Sabía que había estado allí, y sabía que ya no estaba.

Corrí de nuevo buscando un rastro, otra zona a la que podría haber huido. – No hay otro cuerpo – me repetía.

Todo parecía desierto, sin vida, sin movimiento, sin olor y sin recuerdos. Soplaba un viento fino, frío, que mecía los árboles del pequeño cementerio a las afueras. Si había escapado al faro, por cercanía, aquel era el sitio. Y no estaba equivocado.

Laura me miraba desde un pasillo de tierra, entre las tumbas, asustada y triste, con ojos llorosos, con un brillo raro en ellos.

- Laura – le dije acercándome, mientras aminoraba la marcha, aún con miedo -.

- Andrés, te quiero tanto… - respondió casi sin moverse.

- Yo también te quiero -.

Y al instante, Laura se desplomó en el suelo. Le había hablado entre lágrimas, porque entendí cierta ironía en su voz, e interpreté el brillo de sus ojos. Fael saltó sobre una mujer que dejaba flores en una tumba, junto a su hija, en aquel solitario cementerio.

- No había solución, ya había saltado sobre ella, y a menos que me quisieras a mí como compañera… - me dijo en la lejanía, ante el asombro de la niña, que no entendía qué decía su madre. Yo le oía, pero no llegaba a entenderle, descompuesto sobre Laura, llorando ante su quietud -. Así es la vida, Andrés, un conjunto de saltos, a veces buenos, y otros mejores -.

Fael empezó a correr y se marchó, y la hija de la madre sobre la que había saltado rompió a llorar, paralizada, sin entender qué pasaba.

Yo seguía junto a Laura, sin poder dejar de contemplarla, de tocarle la cara, de desear que se moviera. Pero no lo hizo.

- Nunca me separaré de ti – le susurré -, te lo prometo -.

mayo 13, 2011

17 Como si fuéramos perros

Esta vez yo di con él. Saltar sobre el novio de Paula me caía mas de cerca que ninguna otra muerte. Tendría que haberle dado alcance aquel día, pero escapó. Ahora me tocaba a mí...

- ¿No eres tú el que querías jugar? ¿No te diviertes? –

Peleábamos como dos perros callejeros. A mi suerte, había saltado en alguien más pequeño que yo, y le golpeaba con la fuerza de esa pequeña ventaja, aunque a ambos se nos notaba la acumulación de años.

- Por fin te veo libre, pequeño -.

- No me llames así – le dije mientras le apretaba al suelo por el cuello.

- ¿Crees que puedes detenerme? No tienes ni una sola posibilidad -.

Y sucedió lo que estaba intentando evitar, que nos vio alguien. Un hombre adulto nos miraba estupefacto, y empezó a acercarse para separarnos. Entonces Fael le miró a los ojos, y saltó sobre él…

Ahora Fael era el hombre, y se acercaba hacia mí riendo. Pero yo también sabía trucos, aprendidos con el tiempo y la falta de miedo. Corrí hacia él y con un salto le derribé, golpeándole en la cabeza. Con lo grande que era rodé por el pavimento.

Y así quedamos los tres por un momento, tumbados, tirados en el suelo: el nuevo Fael, el niño sobre el que había saltado, ahora muerto, y yo.

- Podríamos hacer grandes cosas – me decía incorporándose. Se le notaba algo aturdido por mi movimiento -, pero te empeñas en vivir con humanos. Quizás si elimino el empeño cambiases de idea – entendí al instante que me estaba amenazando.

- Y tú podrías ser mejor humano – le dije también amenazante, incorporándome – si te quisieras un poco, si dejaras de pensar como un perro vagabundo al que nadie quiere -.

- ¿Acaso te crees feliz porque tienes un hogar? ¿Cuánto crees que va a durar? Los hombres son cambiantes… -.

- ¡Todos somos cambiantes! ¿Tanto te cuesta entenderlo? ¿Tan ciego estás? – mientras hablaba buscaba con la mirada algo con lo que golpearle – Y si vas a ser tú el que decidas los cambios de los demás, créeme, conseguiré detenerte, aunque me cueste -.

Ya tenía algo localizado, una vara metálica corta pegada a la pared, más cerca de mí que de Fael, por lo que había posibilidades de llegar antes. Pero él también había hecho cálculos, y no me había dado cuenta. Mientras hablábamos había retrocedido un poco.

- Bueno, si tú no entras en razón, quizás alguien a quien quieres te convenza – aquello fue un relámpago: lo tenía preparado – Un sillón dentro de un faro abandonado puede ser muy persuasivo…

En un giro perfecto salió corriendo, huyendo de donde estábamos, perdiéndose tras torcer en la siguiente calle.

Sentí caer como antes lo había hecho el pequeño cuerpo desde el que saltó Fael, pero sabía que no tenía tiempo, y corrí tras él. No le vi en la siguiente calle. Las dudas me paralizaban demasiado: ¿cómo sabía lo del faro? ¿Cómo no visualicé su plan desde el principio?

Pero un miedo me pesaba más que las dudas, un temor que entendía a la perfección, aunque no quisiera. Un pensamiento que me hizo correr como si estuviera endemoniado, rabioso, en dirección hacia el faro, hacia donde suponía se dirigía Fael.

- ¡Laura! -.