enero 21, 2011

08 El tercer círculo

- Dices, ¿los que son como él? –

Me miró con curiosidad - ¿Cuántos años tienes? –

- ¿Por qué lo quieres saber? –.

- Pareces joven -.

Realmente estaba sorprendido. Tanto tiempo desconociendo mi naturaleza, y en poco tiempo ya había conocido a dos como yo, aunque no exactamente.

Miguel había quedado tumbado en los cartones tras clavarle la daga en el estómago, y me miraba derrotado, esperando a que yo hullera, pero sin inmutarse ante el filo. Pasado unos segundos en un diálogo mudo cogí una de las cajas de madera astillada y me senté tranquilo, sin quitarle ojo, mientras él hacía lo mismo con otra caja, incorporándose lentamente. Tiró de la daga hacia fuera y comenzó a limpiarla de sangre con un trapo sucio del suelo, mientras hablábamos.

- No eres Fael – era mi primera preocupación.

- No, pero sé de quién hablas – me respondió Miguel, con calma y sinceridad -, le sigo desde hace tiempo -.

- ¿Por qué me espías a mi entonces? –

- No eres el único, y no estaba seguro de si tenías algo que ver con él -.

- ¿Por qué…? –

- Ha matado a mucha gente. Los de su círculo suelen ser más impulsivos, descuidados. No se dan cuenta de que no pueden llamar la atención, y solo traen problemas. Si tuvieras más edad lo entenderías -.

Miguel se había levantado, y caminaba observando los carteles viejos de la pared, sin prestarles atención, absorto en pensamientos mientras hablaba. Yo sentía que aquello le dolía, como si hubiera perdido a alguien.

- Lo entiendo a la perfección – le protesté.

- No estoy tan seguro – me contestó. – Nosotros solemos vivir más, y a la larga nos toca solventar vuestros caprichos. Pero Fael… ellos son imprudentes, y cobardes por lo general, acostumbrados a saltarse los problemas -.

- ¿Conoces a más como yo? –

- El tercer círculo, los eternos que se reescriben, pero nunca más allá de cuando murieron. Sí, hace mucho tiempo conocí a uno, pero era más vieja que tú. Más sensata -.

Miguel se volvió para mirarme, para transmitirme la importancia de lo que le había llevado hasta allí.

- Hay muchos como nosotros, cada uno con características diferentes. Aunque solo somos un mínimo porcentaje frente al resto. Pero tanto en unos como en otros solo vale respetar, o no intervenir. Es la única forma de que no se derrumbe todo. Pero Fael está buscando escombros entre los restos… -

- No te preocupes por mi, no se los voy a dar – le corté tajante.

Podría haber estado allí todo el día haciendo preguntas. Pero su lema me recordó mi neutralidad: tan solo quería paz. Me recordó que tenía que volver con Paula.

Me levanté y me despedí de Miguel, una despedida que zanjaba aquello, que le dejaba a solas con su misión, porque ni quería ayudarle, ni quería volver a ver a Fael. Porque toda aquella información, que había buscado años atrás, llegaba justo cuando menos me interesaba.
           

enero 14, 2011

07 Tú la mogas

Fael se acercaba hasta donde estaba, hacia mi grupo de amigos. Le reconocí al instante, en cuanto vi sus ojos. Ya no me engañaba su apariencia, esta vez en el cuerpo de un niño que bien podría pasar por uno de los de mi clase (y me aliviaba que no lo fuera).

Verle en un nuevo cuerpo me asustaba. Sabía qué le pasaba al anterior. Y aunque en otro tiempo le hubiera seguido, por curiosidad, no me fiaba de él, tenía poco que perder. Creía que le había quedado claro, pero era tan cabezota como caprichoso.

- Eh Andrés, ¿vais a jugar un partido? Yo me apunto – dijo al llegar.

- ¿Quién es, Andrés? – preguntó Julio.

- Un vecino – respondí.

- Me llamo Rafa, encantado – se presentó bajo miradas de extraña curiosidad.

Carlos, más inquieto, movía el balón con el pie, y chutó hacia la portería. - Vamos a jugar a balonazos – dijo - ¿te apuntas? -. Y parecía como si quisiera darle misterio al juego, restringido a los no valientes. Iluso.

- De acuerdo – respondía Fael – yo me la mogo -.

No sé qué resultaba más raro, retar a alguien con muertes a su espalda, u oírle decir esa expresión. La cosa es que los niños corrieron hasta el campo, mientras yo me quedaba a observar la extraña escena de lucha instigada por alguien como yo, es decir, con mucha más edad de la que aparentaba.

El que llevaba la pelota tenía que chutar contra otro y, si le daba, a este le tocaba llevar el balón. Fael me desafiaba con aquello, incitaba a mis compañeros a golpear más fuerte, y les dirigía como a una tropa. Y a cada balonazo que recibía se giraba para mirarme desafiante, demostrándome que aquello le era indiferente, por muy fuerte que le golpeasen, demostrándome que se aburría, y que aquella no era una vida que me tocase vivir.

El balón se escapó y rodó en mi dirección. Sin pensarlo corrí y lo golpee con gran fuerza y sin dirección, y dio a parar en lo alto de una palmera. Mis compañeros gritaron protestando.

- Se acabó el juego chicos, gracias a Andrés – dijo Fael mirándome.

- No, todavía no – le contesté.