noviembre 26, 2010

03 Bajar a la tierra

Sabía que sería un buen momento, y no lo dudé, “la vida es valentía”, me repetían muchas veces en Bretaña. Laura intentaba coger todas las bolsas a la vez, me acerqué y me ofrecí a llevarlas por ella.

Se mostró agradecida, y también intrigada, pero caminamos por la calle en silencio un rato antes de que se atreviera a hablar.

- Qué raro eres – me dijo.

- ¿Por qué? –

- Eres el único que hubiera hecho eso -.

- ¿No puedo ayudarte? – le dije sonriendo. Nuestras miradas se cruzaron durante un rato.

- Mis amigas dicen que tienes que ser extraterrestre, que vienes de Marte -.

- No dicen eso, te lo has inventado -.

- Lo dicen. Será por tu estatura… -

- Solo soy un año menos que tú -.

- Aparentas menos -.

Me sentía derrotado. Parecía que no conseguiría nada, y me culpaba por ello. Tendría que haber sido mayor. ¿Por qué habré sido un niño durante tanto tiempo?

- Aunque, si tuvieras menos, no podrías llevar tantas bolsas – me dijo Laura tras pensar un rato, con una sonrisa -.

- ¿Piensas igual que tus amigas? –

- No siempre -.

El nuevo silencio se cruzó con nuevas miradas. Apenas sentía ya las bolsas cortando la circulación de mis cortas manos.

- Si fuera verdad sería el primer marciano que baja a la Tierra solo para ayudarte, ¿no crees? – le respondí, sintiendo un pequeño logro por dentro.
               

noviembre 19, 2010

02 Nunca se es libre lo suficiente

El mundo no es suficientemente amplio para todo lo que nos expandimos, por eso es un pañuelo, por eso se producen tantas casualidades, y por eso volvimos a encontrarnos. Aunque en realidad fue porque me siguió.
     
Salía del portal hacia la plaza cuando noté su presencia. No necesitaba disimular, yo no sabría quién era, pero noté que me seguían y fui bordeando calles hasta un callejón, donde me escondí para que me pasara de largo. Era un niño de más o menos mi edad por aquel año, un poco más bajo. Yo permanecía de pie, observándole. Cuándo notó que me había perdido se giró lentamente, me vio, y se acercó hacia mí.

- Además eres listo – me dijo -, sabía que lo eras -.

- No te conozco – le respondí tajante. Ya sabes que no me gustan las sorpresas -.

- Nos conocimos hace unos días en un parque. Te empeñaste en la cartera que acababa de robar -.

La respuesta me inquietó, pero supe disimularlo. - No eres el mismo de entonces, me hablaste en otro cuerpo… ¿Eres como yo? -.

- No exactamente. ¿Tú no saltas en cuerpos, verdad? –

- No -.

Después de tantos años sabía que no podía ser el único, incluso había sospechado de otros, pero nunca me había topado con alguien de mi naturaleza. Pero Fael, que tenía incluso más años que yo, no se parecía en nada a mí, y no solo por el modo de mantenerse inmortal.

- ¿Por qué vives con una familia, pudiendo ser libre? – el gesto de su cara cambió. Ya no estaba jugando, le inquietaba conocerme.

- He vivido de muchas formas diferentes, seguro que al igual que tú. Pero me cansé justo cuando encontré algo interesante -.

- ¿Qué hay más interesante que hacer lo que quieras? –

- Ya he sido libre mucho tiempo, créeme -.

- Nunca se es libre lo suficiente, créeme tú, pequeño. No mientras vivas -.

Fael volvió a cambiar el rostro, ahora nuevamente juguetón. Tenía planes, podía verlo en sus profundos ojos, pero no sabía cuáles. Recordé entonces lo que pasó el día en que nos conocimos, y sentí la necesidad de finalizar aquella conversación.

- Cuando nos conocimos saltaste a otro hombre ¿cierto?, desde aquel niño, justo cuando se desplomó. ¿Qué le pasó a él?

- ¿Qué más da? Ahora es libre… -.

- Ha sido interesante conocerte en el cruce. Quizás nos veamos en el futuro. Pero no cambio esto por nada. Espero que lo entiendas, y te deseo mucha suerte en el camino –.

- ¿Nos volveremos a ver entonces? – parecía contento con mi actitud.

- Quizás – Le respondí mientras amagaba la despedida.

- Yo creo que sí. Cruces hay muchos. Te deseo suerte también -.

- Gracias – de nada, pensé – Adiós – y me marché.
            

noviembre 12, 2010

01 Intenciones

Junto a la pared de ladrillos me apoyaba mientras observaba el ajetreo de la ciudad. A mi derecha había una gran plaza, a las puertas del recinto del colegio donde estudiaba.

Justo cuando empezaba a aburrirme comenzó a salir de las puertas niños de todas las edades, y yo me puse la mochila.

Laura avanzaba con tres compañeras, hablando con la soltura e inteligencia que la definían, y sonriendo como si fuera la única que supiera hacerlo.

Nunca había tenido esa sensación de conocer a alguien de toda la vida, y a la vez no conocer a nadie igual. ¿Por qué me llamaba tanto la atención? Quería estar allí, quería estar donde ella, quería ser joven.

Yo la miraba absorto, repasando una y otra vez mil estrategias para conseguir algo, e imaginándome una por una su resultado, que siempre era el mismo. Pero, aunque ya había hablado con ella, aún no me había acercado lo suficiente para ese resultado. Y mi obsesión crecía.

Laura cruzó, y vi como la seguía con la vista un hombre alto, de unos cuarenta años, de tez oscura y muy bien vestido. Me quedé fijo a él y a su mirada penetrante que parecía estudiar a la niña. No me gustó que no fuera yo el único que la observaba. Aunque pensaba que sería solo una casualidad.

Cuando notó mi presencia se giró y se perdió por una de las calles. Laura y sus compañeras se alejaban también, dejándome atrás. Y yo, me puse en marcha para darle alcance.

noviembre 05, 2010

00 El eterno retorno

Mi mano golpeó con fuerza el capó del coche. Obviamente no sirvió de nada. El impacto desplazó mi cuerpo unos metros, hasta dar con el duro suelo de la carretera.

- Avise a una ambulancia –.

Le decía al conductor que cacareaba a mí alrededor, presa del pánico. Un curioso se acercó también a mi cuerpo de adolescente, pensando qué hacer con la sangre.

- Calma. Tranquilícese. Me llamo Andrés Rodríguez. Avise a una ambulancia y no me mueva de cómo estoy. ¡Muévase! -.

Te imaginarás todo lo que me pasó por la cabeza. Por primera vez en mucho tiempo, no quería morir. La herida no era grave, pero no estaba seguro entonces. Una malísima suerte toparme con aquel coche, pensaba en la ambulancia.

El ostinato de la sirena se me incrustó en la herida de la cabeza. Me sugería una vuelta a lo idéntico, un nuevo retorno a mi vida anterior: si moría, mi cuerpo se quedaría allí, junto a la vida que llevaba. Pero morir no era mi preocupación, sino renacer, cerca de donde muriese, con tres años menos, con otro cuerpo y, por lo tanto, con otra vida. Tendría que huir de allí, de nuevo.

- Te han vendado como a una momia, hermanito – me sonreía Paula, abrazada a mi brazo, en la habitación del hospital -.

Llamaron a mi familia, ya sabes, a Irene, Amalio y Paula. Junto a la cama se produjo una situación tierna e infantil: realmente me querían, tenía suerte de estar allí. Pero aquella familia no era la única razón de no querer huir.

También estaba ella.