enero 29, 2010

13 En el pais de los gato-perros

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Rodando cuesta abajo por el prado, esa fue mi última visión del hogar que tenía en Bretaña. Después la noche, el bosque, la carretera, un coche y mucha confusión bien aprovechada. Años después pasaría la frontera.

No podía quedarme. Tenía que huir. No sé si hubieran matado a un niño de ocho años. No podía arriesgarme. El aislamiento no era una opción. No podía permitir que me encerraran a saber cuántos años, o qué me depararía. Me había acostumbrado a una familia otra vez y, aunque en tiempos agitados, me aportaban tranquilidad. Pero no podía perder ni un gramo más de libertad.

Llevaba unos años ayudando a una pequeña resistencia organizada entre los pueblos de alrededor. Una de las casas cayó, conmigo dentro. Los soldados irrumpieron mientras escapaba colina abajo, y terminé rodando. ¿Qué hacía allí? Quiero creer que me lo mandaron porque pensarían que mi final no sería tan cruel como el suyo, y no que me lo dijeron porque sabían que no lo entendería. Pero me la jugaron.

Debía mantenerme allí para un intercambio: Tenía que hacer el sonido de un gato para que el mensajero me respondiese con el de un perro, esa era la consigna. Pero el primer soldado que se acercó con sigilo debió enterarse mal, porque yo no respondía, y terminó él haciendo el gato. Yo estaba atento a la sombra que se acercó, asegurándome de que no fuera una trampa. Y efectivamente, en cuanto oí el sonido del gato salté por la ventana.

Los pocos hombres de aquella resistencia estaban cansados, agotados, sin soluciones, sin saber qué pasos dar,… Aquel mensajero podía aportarles recursos imprescindibles para el resto de su lucha, pero sabían que si llegaba tarde, quien estuviera en el refugio estaba condenado. No les culpo, yo también hubiera mandado a un niño, mucho más probable de salvarse. Pero si al menos me lo hubieran dicho…

- Il ne tardera pas à arriver, sois fort! -

- Ai j'à seulement faire le chat? -
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enero 21, 2010

12 Decídete hombre

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Realmente no me dan miedo los cambios, y menos después de todo lo que he pasado. Pero no se trata del “qué” en sí, sino del “por qué” sin más: ¿por qué cambiar? ¿Por el simple hecho de la naturaleza humana? Y si es así, ¿Por qué nos asusta tanto? ¿Por qué temer a lo nuevo?

- ¡Vamos David, a qué esperas! ¿Tengo que hacerlo yo también? Escúchame niño, voy a clavarte el cuchillo si no eres lo suficientemente rápido como para dispararme con el arma que te he dado, así que procura no fallar y demuestra que ya eres un hombre. ¿A qué estás esperando? No eres nada, ¡no eres nada!, ¿me oyes? Vas a acabar metido hasta el cuello en mierda todo lo que te queda de vida, por eso he venido hasta aquí, porque ya estás perdido desde el día en que elegiste venir, desde antes de que te escapases -.

El niño me miraba con odio en los ojos, decidido a disparar, pero esperando el valor. De vez en cuando repasaba aquella vieja estancia, sucia y maloliente, esperando encontrar a alguno de sus compañeros adultos de fechorías. Pero ya no había nadie…

- Si, sé que yo he tenido algo de culpa, pero ya elegiste… -

- ¿Algo de culpa? – Respondió, pero no sabía cómo continuar - ¡Te he tenido miedo tanto tiempo! ¡Te he odiado tanto! –

- Pues decídete, elige de nuevo, y esta vez no te equivoques -.

Alzó el arma para apuntarme, pero sabía que no lo haría, no a sangre fría, no sería capaz.

No digo que no lo vuelva a hacer, o que me arrepienta, pero para mí mis actos eran una forma de supervivencia, y me aferraba a cualquier cosa de la que pudiera tirar. Me abalancé hacia él alzando el puñal y sentí como la bala me atravesaba y me tumbaba en el suelo.

Se decidió… o decidí yo por él. He de reconocer que eso era lo único que me preocupaba mientras caía.
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enero 14, 2010

11 Postdata en el San Claire

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Escala tras escala comparto unos últimos momentos de estancia en el orfanato con Elena, quien me enseña a tocar el piano. Mientras repaso mentalmente lo vivido en los últimos tres años, tres años casi justos, a falta de unos días para mi cumpleaños; y solo encontraba falsedad.

Los juegos con los niños, las peleas con los profesores, el enfrentamiento estúpido con David, mi inútil relación con Elena,… No podía más, sentía la necesidad de explotar…

Mis dedos comenzaron a vibrar solos y la escala dio paso a otros acordes que, para Elena, aún no conocía. Toda la vida me parecía una farsa, una consecución de acontecimientos sin sentido que no llevaban a nada, porque yo no concluía nada.

Seguí tocando melodías, saltando de una pieza a otra según las iba recordando, bajo la atónita mirada de la profesora. Aquello no estaba bien y lo sabía pero, ¿qué estaba bien? ¿Qué era lo correcto? ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿A qué me tenía que aferrar?

Paré de golpe las manos, exhausto más por mis pensamientos que por estas, y dejé la vista fija, esperando que algo irrumpiera aquel momento.

- ¿Cómo, no…, por qué no me dijiste que sabías tocar el piano? – Me preguntó.

- Porque quería estar contigo – le dije mirándola. No me sorprendió la reacción de sus ojos, entre perpleja y asustada – Se más de lo que piensas Elena, pero siento que nunca lo sabrás. – Volví a dejar la vista al frente – Todo esto es inútil.

- No te entiendo Andrés… - me dijo con la voz temblorosa – No sé…

- No nos volveremos a ver nunca más. Espero que seas muy feliz. Adiós -.

Me levanté y me fui de la sala. Nunca había tenido una despedida igual, aunque he de reconocer que cada despedida que he tenido ha sido siempre muy distinta a las anteriores. Creo que es así como debía ser, estaba harto de todo pero ¿qué otra cosa podría hacer? Ahora que sabes la verdad, espero que lo entiendas.

- Nos vamos a las doce hermanito, ¿tienes todo listo? – me dijo Paula en las escaleras, arrastrando un pequeño saco.

- ¿No te lo han dicho? A mí me acercan a la tarde, tengo que ayudar a la profesora Elena en una tarea – no aparecería para desmentirme tras el shock - ¿se lo dices a Amalio e Irene de mi parte?

- ¿A papá y mamá? Yo se lo digo. Nos vemos esta tarde entonces en ¡nuestra nueva casa! – dijo efusiva antes de marcharse.

Si iba a continuar con aquello, tenía que hacer las cosas bien, y sabía quién me podría ayudar: Tenía que hacerle una visita a David.
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