diciembre 17, 2010

06 Una estación entera

La heladería era otro de los lugares preferidos, nadie gastaba un verano sin pasar por ella, todos atraídos por un placer frío. No se veraneaba mucho por allí, ya que andar ocioso era bastante veraneo para la mayoría, lo que hacía más importante la vida en el barrio, los grupos que se formaban en torno a un kiosco, en la playa o pasando por la heladería.

Los dos estábamos sentados en la barra, tomando un helado. Yo, acostumbrado a analizar mi entorno, en otros días manía de supervivencia, notaba la escena como una orquesta repetitiva: cucharada, miradas, sonrisa, cucharada, el camarero que pasa, un grupo que vocifera, cucharada,… y entre medias la conversación.

- ¿Te gusta? –

- Qué -.

- Tú helado –.

- Sí -.

La orquesta se repetía, y ambos nos acomodamos en las banquetas. Estábamos muy pegados, apoyados en la barra, con los pies cruzados.

- ¿Por qué no me has llevado al cine? ¿No llevas allí a las chicas? –

- Ya las he visto todas -.

- Mentira. Eres un mentiroso -.

- La verdad es que prefiero este lugar, es más especial -.

- ¿Por qué? –

- No lo sé, es especial. Quizás por la luz… -

- O porque te gusta el helado -.

Me reí. Aquella situación era muy diferente, Laura me gustaba de verdad, mucho además, y sentía que a ella también le gustaba.

- Bueno… me gustas más tú, quizás eso lo haga especial -.

- Qué tontería. Y si no estuviera ¿no sería el mismo sitio? –

- No, preferiría otro lugar en el que sí estuvieras -.

- ¿Aunque te quedaras sin helados? –

- Aunque me quedara sin lo que sea -.

Y como suele pasar cuando algo lo hace único, todo quedó en silencio. Ya no había cucharadas, se derretían en sus vasos. Ya no había camarero, ni griterío, ni trasiego. Tan solo ella. Ya no había miradas, había cerrado los ojos, ni sonrisas, ocultas ahora por mis labios. La besé hasta que el frío de la boca por el helado se tornó cálido, y después, nuevamente frío, como si aquel momento en realidad hubiera durado toda una estación.

diciembre 10, 2010

05 Sombras

No cosía por placer como tú ahora, sino por necesidad, en una estancia fría y oscura como el metal recién extraído. Los dedos se atropellaban esquivos a la aguja, pasando de una prenda a otra sobre su abultada barriga de embarazada, de un roto a otro arreglo, y charlando sobre los días difíciles que les tocaba vivir.

A su lado su hermana, conversando de queja en queja mientras amamantaba, cogiendo con tosquedad el bebé, buscando soluciones a sus respuestas, pensando en las dificultades que les tocaría vivir a sus hijos en una sociedad que comenzaba a crecer.

Y las preguntas, las de siempre. La vida es dura, y mancha como el carbón. Pero no es difícil, no demasiado porque hasta con manchas puedes dibujar algo, hermosas figuras lineadas, hasta que se deshace todo el material.

Ya lo ves. Con el hambre que habían pasado, y sobreviviendo. El auge de la minería llevó dinero y ocupación para todos los padres de familias de aquellos pueblos, las cuales crecieron. Pero no es cese de problemas una única solución, ni tampoco al contrario.

¿Y qué más da? Lo sencillo que es quejarse aun siendo feliz. A veces pienso que se es feliz solo cuando puedes quejarte. Lo que significaría que somos felices siempre, o solo cuando nos percatamos de ello. Siempre se acercan días de sombras, porque nunca dejamos de estar iluminados.
   
Por eso he sido feliz a tu lado: nunca has apagado tu luz.
        

diciembre 03, 2010

04 No te alejes

Mi pequeña hermana había cambiado mucho desde entonces. Siempre había sido guapa, pero ahora destacaba más, un pelo más largo, mucho más alta, casi tanto como yo, teniendo en cuenta que en aquel año, aunque para los demás eran seis, en realidad nos llevábamos tres años.

- Mira qué bonito, Andrés, ¿puedo entrar? – me decía junto a un escaparate de ropa.

- No tardes, – le contestaba, y ella me dio un beso en la mejilla.

Volvíamos de casa, y yo tenía que cuidar de ella. Lo había hecho ya en el San Claire, y me parecía estupendo. Con el tiempo aprendí a mantenerme pegado a los demás: no me gustaba cómo me comportaba cuando me alejaba de todo, cuando vivía por mi cuenta sin el calor, al menos, de una persona. Y aquella cercanía, aquella familia, reconozco que era algo bueno.

Mientras esperaba en la puerta, pensando, le vi. Allí estaba, el hombre alto de tez oscura que nos había estado observando, que nos había seguido.

- Quédate por aquí, Paula. Ahora vengo – le dije entrando en la tienda.

Salí para acercarme más a él, asegurándome de que Paula estuviera entretenida. Cuando notó que lo hacía se dio media vuelta y desapareció.

Me puse a correr. Le perseguí por las callejas sin ninguna dificultad, recortando él distancias a la carrera, y yo cuando pasábamos entre la gente.

Parecía que sabía bien donde iba, su casa o un punto de reunión quizás, un local cerrado de ladrillos y carteles viejos por fuera, vacío y sin enlucir, lleno de suciedad, en el que se metió y yo detrás, cerrando la puerta metálica con un golpe, al que le siguió el de un bastonazo en mi espalda.

Caí al suelo y di un par de vueltas sobre unos cartones para alejarme de él, pero también se movía rápido, y ya estaba sobre mí, buscando mi cuello para inmovilizarme. Me estiré todo lo que pude antes de sentirme ahogado y le golpeé entre las piernas y en el riñón con fuerzas. Cuando ambos giramos le golpeé nuevamente, intentando quitarle el bastón, y al palpar su cintura noté la daga que llevaba, y la saqué dándole un corte en el brazo.

Me hubiera alejado. Di unos pasos hacia la puerta, pero Miguel se había empeñado en que no podía salir de la habitación, y cuando volvió a abalanzarse sobre mi, le clavé la daga en el estómago.
         

noviembre 26, 2010

03 Bajar a la tierra

Sabía que sería un buen momento, y no lo dudé, “la vida es valentía”, me repetían muchas veces en Bretaña. Laura intentaba coger todas las bolsas a la vez, me acerqué y me ofrecí a llevarlas por ella.

Se mostró agradecida, y también intrigada, pero caminamos por la calle en silencio un rato antes de que se atreviera a hablar.

- Qué raro eres – me dijo.

- ¿Por qué? –

- Eres el único que hubiera hecho eso -.

- ¿No puedo ayudarte? – le dije sonriendo. Nuestras miradas se cruzaron durante un rato.

- Mis amigas dicen que tienes que ser extraterrestre, que vienes de Marte -.

- No dicen eso, te lo has inventado -.

- Lo dicen. Será por tu estatura… -

- Solo soy un año menos que tú -.

- Aparentas menos -.

Me sentía derrotado. Parecía que no conseguiría nada, y me culpaba por ello. Tendría que haber sido mayor. ¿Por qué habré sido un niño durante tanto tiempo?

- Aunque, si tuvieras menos, no podrías llevar tantas bolsas – me dijo Laura tras pensar un rato, con una sonrisa -.

- ¿Piensas igual que tus amigas? –

- No siempre -.

El nuevo silencio se cruzó con nuevas miradas. Apenas sentía ya las bolsas cortando la circulación de mis cortas manos.

- Si fuera verdad sería el primer marciano que baja a la Tierra solo para ayudarte, ¿no crees? – le respondí, sintiendo un pequeño logro por dentro.
               

noviembre 19, 2010

02 Nunca se es libre lo suficiente

El mundo no es suficientemente amplio para todo lo que nos expandimos, por eso es un pañuelo, por eso se producen tantas casualidades, y por eso volvimos a encontrarnos. Aunque en realidad fue porque me siguió.
     
Salía del portal hacia la plaza cuando noté su presencia. No necesitaba disimular, yo no sabría quién era, pero noté que me seguían y fui bordeando calles hasta un callejón, donde me escondí para que me pasara de largo. Era un niño de más o menos mi edad por aquel año, un poco más bajo. Yo permanecía de pie, observándole. Cuándo notó que me había perdido se giró lentamente, me vio, y se acercó hacia mí.

- Además eres listo – me dijo -, sabía que lo eras -.

- No te conozco – le respondí tajante. Ya sabes que no me gustan las sorpresas -.

- Nos conocimos hace unos días en un parque. Te empeñaste en la cartera que acababa de robar -.

La respuesta me inquietó, pero supe disimularlo. - No eres el mismo de entonces, me hablaste en otro cuerpo… ¿Eres como yo? -.

- No exactamente. ¿Tú no saltas en cuerpos, verdad? –

- No -.

Después de tantos años sabía que no podía ser el único, incluso había sospechado de otros, pero nunca me había topado con alguien de mi naturaleza. Pero Fael, que tenía incluso más años que yo, no se parecía en nada a mí, y no solo por el modo de mantenerse inmortal.

- ¿Por qué vives con una familia, pudiendo ser libre? – el gesto de su cara cambió. Ya no estaba jugando, le inquietaba conocerme.

- He vivido de muchas formas diferentes, seguro que al igual que tú. Pero me cansé justo cuando encontré algo interesante -.

- ¿Qué hay más interesante que hacer lo que quieras? –

- Ya he sido libre mucho tiempo, créeme -.

- Nunca se es libre lo suficiente, créeme tú, pequeño. No mientras vivas -.

Fael volvió a cambiar el rostro, ahora nuevamente juguetón. Tenía planes, podía verlo en sus profundos ojos, pero no sabía cuáles. Recordé entonces lo que pasó el día en que nos conocimos, y sentí la necesidad de finalizar aquella conversación.

- Cuando nos conocimos saltaste a otro hombre ¿cierto?, desde aquel niño, justo cuando se desplomó. ¿Qué le pasó a él?

- ¿Qué más da? Ahora es libre… -.

- Ha sido interesante conocerte en el cruce. Quizás nos veamos en el futuro. Pero no cambio esto por nada. Espero que lo entiendas, y te deseo mucha suerte en el camino –.

- ¿Nos volveremos a ver entonces? – parecía contento con mi actitud.

- Quizás – Le respondí mientras amagaba la despedida.

- Yo creo que sí. Cruces hay muchos. Te deseo suerte también -.

- Gracias – de nada, pensé – Adiós – y me marché.
            

noviembre 12, 2010

01 Intenciones

Junto a la pared de ladrillos me apoyaba mientras observaba el ajetreo de la ciudad. A mi derecha había una gran plaza, a las puertas del recinto del colegio donde estudiaba.

Justo cuando empezaba a aburrirme comenzó a salir de las puertas niños de todas las edades, y yo me puse la mochila.

Laura avanzaba con tres compañeras, hablando con la soltura e inteligencia que la definían, y sonriendo como si fuera la única que supiera hacerlo.

Nunca había tenido esa sensación de conocer a alguien de toda la vida, y a la vez no conocer a nadie igual. ¿Por qué me llamaba tanto la atención? Quería estar allí, quería estar donde ella, quería ser joven.

Yo la miraba absorto, repasando una y otra vez mil estrategias para conseguir algo, e imaginándome una por una su resultado, que siempre era el mismo. Pero, aunque ya había hablado con ella, aún no me había acercado lo suficiente para ese resultado. Y mi obsesión crecía.

Laura cruzó, y vi como la seguía con la vista un hombre alto, de unos cuarenta años, de tez oscura y muy bien vestido. Me quedé fijo a él y a su mirada penetrante que parecía estudiar a la niña. No me gustó que no fuera yo el único que la observaba. Aunque pensaba que sería solo una casualidad.

Cuando notó mi presencia se giró y se perdió por una de las calles. Laura y sus compañeras se alejaban también, dejándome atrás. Y yo, me puse en marcha para darle alcance.

noviembre 05, 2010

00 El eterno retorno

Mi mano golpeó con fuerza el capó del coche. Obviamente no sirvió de nada. El impacto desplazó mi cuerpo unos metros, hasta dar con el duro suelo de la carretera.

- Avise a una ambulancia –.

Le decía al conductor que cacareaba a mí alrededor, presa del pánico. Un curioso se acercó también a mi cuerpo de adolescente, pensando qué hacer con la sangre.

- Calma. Tranquilícese. Me llamo Andrés Rodríguez. Avise a una ambulancia y no me mueva de cómo estoy. ¡Muévase! -.

Te imaginarás todo lo que me pasó por la cabeza. Por primera vez en mucho tiempo, no quería morir. La herida no era grave, pero no estaba seguro entonces. Una malísima suerte toparme con aquel coche, pensaba en la ambulancia.

El ostinato de la sirena se me incrustó en la herida de la cabeza. Me sugería una vuelta a lo idéntico, un nuevo retorno a mi vida anterior: si moría, mi cuerpo se quedaría allí, junto a la vida que llevaba. Pero morir no era mi preocupación, sino renacer, cerca de donde muriese, con tres años menos, con otro cuerpo y, por lo tanto, con otra vida. Tendría que huir de allí, de nuevo.

- Te han vendado como a una momia, hermanito – me sonreía Paula, abrazada a mi brazo, en la habitación del hospital -.

Llamaron a mi familia, ya sabes, a Irene, Amalio y Paula. Junto a la cama se produjo una situación tierna e infantil: realmente me querían, tenía suerte de estar allí. Pero aquella familia no era la única razón de no querer huir.

También estaba ella.

octubre 11, 2010

El Tercer Círculo

Continuación de la historia Tres años más. Segunda parte en la que Andrés, un niño con más edad de la que aparenta, disfruta siendo joven en la familia a la que ha llegado después de tantos cambios. Una nueva persona entrará en su vida, pero nada es tan fácil (ni tan dificil) como quieres...                   
    
                      

TRES AÑOS MÁS

Primera parte de esta historia de ficción por capítulos que narra la vida de Andrés en su paso por un orfanato. La madurez e inteligencia en sus acto con los que le rodean nos descubrirán el secreto que el niño esconde. Leandro, Alex, Andrés,... no es como los demás.
                               

Ir al primer capítulo: Cambios
           

julio 04, 2010

Fin de Tres años más

Finalizó la serie de ficción Tres años más.

Ir al primer capítulo.

abril 09, 2010

21 ¿Sabes?, no es fácil

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- Andrés.

- Dime.

- ¿Me quieres?

- Claro que te quiero pequeña.

- ¿Cuánto tiempo crees que estaremos aquí?

- ¿Por qué me preguntas eso?

- ¿Crees que viviremos aquí para siempre?

- Eso nunca se sabe. Pero hemos tenido mucha suerte, y ya verás como estos padres te quieren siempre.

- ¿Dónde has vivido tú antes, hermano?

Paula, tumbada ya en la cama, me había llamado al verme en el pasillo. Sentado en la cama, hablábamos un rato. La niña había cambiado mucho, y aún le quedaba más por cambiar. Me quedé callado, pensativo. La luz de la pequeña lámpara, cálida, no era suficiente para alegrar aquella habitación, que veía en aquel momento como un reflejo de mi propia cabeza, de mis pensamientos, de mis recuerdos,… No es fácil vivir ahí dentro…

- No es fácil de explicar. Me lo has preguntado varias veces pero, no es fácil -.

- ¿Pero te quedarás conmigo?

- Claro que sí, no te preocupes. ¿Sabes? No es fácil encontrar un hogar. Cuando era pequeño, mucho más pequeño que tú, tuve que viajar lejos hasta encontrar uno, y cuando no pude quedarme más en ese, de nuevo el viaje. ¿Te acuerdas de la historia que te conté de Leandro? Ese era yo. Y también viví en Madrid, hace mucho tiempo. Y en Francia. Y en otros muchos lugares. Y siempre buscaba ser feliz, o mantenerme distraído, o aprender cosas nuevas,… Pero solo lo conseguía cuando estaba con alguien, nunca por mi cuenta. Son muchos años ya los que han pasado, si te das cuenta, pero es parte de mi naturaleza y, sinceramente, no sé cuantos más quedarán. Pero lo importante es que queden los que queden, o vayas a dónde vayas, en cada uno, siempre, tengas algo que hacer, y alguien con quién estar. Y ahora, estamos aquí.

- Es un cuento, ¿verdad? Lo de Leandro. Porque sucedió hace muchos años -.

La niña me miraba con los ojos adormecidos, pero llena de satisfacción y de alegría, a pesar de su sueño, por todo lo que le contaba. No puedo decir lo mismo de mí que, cansado, miraba cabizbajo las sombras de la lámpara, diciendo todo aquello porque, de vez en cuando, necesitaba escucharlo.

- Sí -.

- Gracias por todo hermano. Buenas noches -.

- Buenas noches Paula -.
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marzo 19, 2010

20 ¡Escuchen soldados!

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Era el tercer año.

Cuando llegué a la capital estuve sobreviviendo como pude y cuando estalló la guerra, tras unos bombardeos, me acogió una familia, creyendo que mis padres habían muerto entre los escombros. Como muchos de esa familia me ofrecí a colaborar con el ejército que defendía la ciudad, y me colocaron de enlace, llevando y trayendo cartas entre los soldados.

Nunca olvidaré aquel miliciano que me disparó. Su rostro reflejaba todo el dolor y el sufrimiento de la guerra, todas las dudas, toda la incomprensión resumida en una sola mueca de dolor y en unos ojos descompuestos en lágrimas, provocados por un simple movimiento con el índice, un movimiento tan sencillo que había provocado la muerte de un niño inocente que había aparecido en plena zona del conflicto.

Fue lo primero en lo que pensé después: su cara, su postura, sus pensamientos,… Pero no era problema mío, había sido su acto. Las guerras son muerte, y los que esperan otra cosa solo mueren engañados.

- Se acercan días de cambios. – Arengaba el jefe de los soldados a un destacamento, mientras yo escuchaba, entretenido, antes de toparme con el miliciano. – Debemos aceptar lo que somos, y vivir felices y orgullosos el tiempo que nos toque vivir. No luchamos por nadie, solo por nosotros mismos, por nuestras familias, por la libertad. Sé que no es vuestro primer día, y que no será el último si lucháis con decisión, como hombres libres. Soldados, ya estamos muertos porque vivir es más que respirar, ¡no tenemos nada que perder! -
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marzo 12, 2010

19 Respeta, pero no intervengas

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Con el tiempo descubriría que cada uno tiene su máxima. Nadie es fijo a ella, es la esencia de todos nosotros, que somos cambiantes, pero al menos ayuda para elegir en un momento concreto. Y yo tuve muchas a lo largo de los años. Pero la que más me interesó, la que más reflexioné por ser la más comentada entre todos nosotros era la de “vive y deja vivir”.

Me gustaba pasar desapercibido, pero no siempre era posible. Había aprendido que en cuanto me hacía notar, comenzaban los problemas. Por todo lo que sucedió después parece ser que me hice notar más de la cuenta...

Un niño le robaba la cartera a un hombre, en un paseo largo que a ambos lados incorporaba sendos parques, repletos de plantas y árboles. Yo le veía a lo lejos, mientras caminaba. No sabría decirte si él se topó conmigo, o yo llegué hasta él, pero nos cruzamos como si hubiéramos tenido que hacerlo antes o después. Y como le había visto no pude resistirme a hablarle:

- No deberías robarle a la gente – le dije cuando me topé con él, desde la superioridad que me ofrecía verle mucho más pequeño, algo importante si no conoces al otro… -, si me das la cartera no se lo diré a nadie -.

- No te voy a dar nada – me respondió mientras se acercaba a mi -, y no dirás nada. Se te ve fuerte y ágil, dime, ¿lo eres? –

Yo no supe responder, me sentí extraño. Aquel niño no dejaba de mirarme a los ojos mientras se acercaba. Sentía como si solo existiesen sus ojos y los míos. Su cara mostraba concentración, pero a la vez cierto aire divertido. Después de un rato mirándome esta cambió, se volvió más seria y oscura. Aunque seguía mirándome a los ojos sentí como si hubiera dejado de hacerlo.

- Toma – me dijo tirándome la cartera -, ¿para qué la quiero pudiendo tener una propia?

Yo recogí la cartera al aire mientras seguía mirándole, sin entender. El chico, con una sonrisa burlesca, se alejó de mí

- Nos volveremos a ver, pequeño -.

Se dirigió hasta la acera, por la que iba paseando un hombre. Cuando estuvo cerca suyo aquel niño cayó al suelo como un tronco, desplomado. Algunos de los que paseaban corrieron hasta él para ver qué le había pasado.

Yo me acerqué también. Observé como el hombre al que el niño se había acercado se alejaba tranquilamente de allí, sacaba su cartera del bolsillo, observaba su contenido, y se la volvía a guardar, mientras el resto de personas intentaban reanimar al cuerpo sin vida de aquel niño, sin éxito.

Esa fue la primera vez que le vi.
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marzo 05, 2010

18 Tenemos que hamar

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Llovía. Avanzaba por la calle con su paraguas naranja. Vi la oportunidad perfecta para hablar con ella y salté hasta su lado.

- ¿Qué haces? – me preguntó Laura con gran desprecio.

- Oye, que llueve, déjame protegerme -.

Pese al paraguas llevaba los hombros y el pelo ligeramente mojados. Era mayor que yo, ya me entiendes, y quizás eso fue lo que provocó el rechazo por su parte. Sin embargo yo… sabes que nunca te he mentido, que te cuento todo tal cual sucedió, por eso espero que me entiendas.

- ¿Por qué no llevas tu propio paraguas? –

- Yo no uso paraguas… -.

- No uses este tampoco –.

La niña cerró su paraguas y continuó caminando bajo la lluvia, con un paso más ligero, intentando dejarme atrás. Sorprendido, la seguí.

- Soy Andrés, del colegio. Tú eres Laura, ¿no? Encantado. Estoy en la clase de… -.

- Oye, perdona que no me quede hablando aquí contigo pero, me estoy mojando. Nos vemos en el cole -.

Volví a quedarme parado, viendo como se alejaba con paso acelerado.

Es parte de todos, lo necesitamos, somos cazadores. Al principio fue por diversión, me llamaba la atención, y me propuse conseguirla.

Tenía que estar con aquella niña.
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febrero 26, 2010

17 Según lo que puedas perder

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Ya lo había pensado alguna vez, pero quizás nunca con un aire tan altruista y azaroso. Pero no, no me gustaba ser un héroe, porque no me gustaba llamar la atención, y el héroe, como modelo de referencia, es un punto de miradas al que no quería llegar. Bastante tenía ya con ser popular entre los compañeros de escuela, aunque eso no lo hubiera cambiado fácilmente por nada. ¿Pero un héroe? No, lo que sucedió fue instintivo, y aunque lo repetiría, le quité importancia rápidamente.

- Pero, ¿cómo lo has hecho? – me preguntaba Julio.

El incidente fue en un paso de cebra, dónde tiré de un niño a punto de ser atropellado.

- Tengo muchos reflejos, nada más. Pero es algo que cualquiera hubiera hecho. Además, también podría haber salido mal, influyó mucho la suerte -.

Julio leía muchos tebeos, le encantaban los personajes que iban salvando el mundo, y me los enseñaba uno tras otro, convenciéndome de lo bueno que era ser un héroe. Yo sentía que tenía que mantener un buen comportamiento, cada vez más desde mi etapa en el orfanato, pero de ahí a dedicarme a salvar el mundo…

- Pues a mí me encantaría ser más valiente y tener más poderes, y ganar muchas batallas, ¿a ti no?

- Bueno, yo pienso que a un héroe no se le mide tanto por lo que pueda ganar, sino por lo que puede permitirse perder -.

Me definía muy bien ese pensamiento, porque aunque no fuera por el mundo salvando gente, durante esos años dejé poco a poco de ser el “héroe” solitario al que me había acostumbrado.
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febrero 19, 2010

16 Ansiada juventud

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Deseaba ser joven, nunca lo había deseado tanto, había vivido feliz de niño, incluso me había escudado en ello en más de una ocasión. Pero tener compañeros de 16 años, aunque aparentase menos, e incluso amigos mayores, podía conmigo. No quería volver a ser niño.

- Están donde siempre Andrés – me decía Irene desde la cocina - pues no, no están aquí. Qué raro. Andrés, ¿puedes echarme una mano? -

- Estoy ocupado ahora mismo – le decía mientras observaba por la ventana a un grupo de jóvenes que hablaban.

- Bueno, pero vente un poco más tarde y me ayudas, que los invitados llegarán a las cinco -.

Era el cumpleaños de Paula. La pequeña niña cumplía ocho años y estaba muy cambiada, era mucho más alta, y había madurado bastante. Se preocupaba por su aspecto, siempre llevaba una ropa muy bien escogida y un pelo perfecto. Además, tenía una gran inteligencia y soltura junto a sus compañeros,… quizás estuviera aprendiendo de mí. Y si ella destacaba, mucho más lo hacía yo, aunque en apariencia fueran solo tres años más.

Irene quería lo mejor para ella y la cuidaba mucho. Y también para mí, me daría cuenta más tarde. Nos quería, y aunque no supo nunca la verdad estoy seguro que algo sospechaba, quizás por eso me ayudó en todo lo que pudo.

- ¡Gracias hermanito! – Me decía Paula cogiendo mi regalo, cuando ya todo el mundo se había ido. Conforme pasaba el tiempo más la quería, realmente fui muy feliz teniéndola de hermana. – Pero, esto cuesta mucho, ¿cómo lo has conseguido? –

- Es un regalo, ¿no? Pues no preguntes hermanita. Feliz cumpleaños -.

Por primera vez estaba viviendo sin esconderme, tranquilo, en una familia, y en plena juventud. No quería volver a ser un niño. A falta de un año ya lo tenía más que decidido: ¿y si no cambiara esta vez?
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febrero 12, 2010

15 Manténganse vivos

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Para la mayoría de los humanos, mantenerse con vida significa respirar, fluir los pensamientos y la sangre. Pero ese es un concepto equivocado, porque vivir va mucho más allá de lo corporal. De todo, creo que fue lo más importante que aprendí aquellos años.

Había experimentado muchos placeres, y por lo vivido no se me escapaba nada que no supiera un adulto. Pero nunca había estado tan cerca, con tantas posibilidades, hasta entonces. La edad de mis compañeros respaldaba mucha de las diversiones que podía permitirme, aunque también usaba mi ganada posición para unirme a grupos de amigos mayores. Y también para unirme a chicas.

Conocía más que ninguno cómo funcionaba el proceso, y qué era lo que querían, por lo que no tuve ningún problema buscándome compañeras con las que salir. Sobre todo, las llevábamos al cine, era con lo que más nos entreteníamos. A mí me gustaba mucho, recuerdo muy bien una película que me enseñó mucho sobre esta reflexión, “Blade runner”, aunque tuve que verla solo. Con los demás difícilmente veíamos lo que yo quería, no se puede tener todo.

- ¿Por qué dices que es infantil? A mí me gusta – me decía una de las chicas con las que estaba de novios, - y sale mucho más que la del tren que dices -.

Pero como digo, no me importaba: si no me interesaba, más tiempo me pasaba besándola. Llegué incluso a repetir película con chicas diferentes. Me resultaba a veces hasta fácil embaucarlas, tanto como a mis compañeros, a los que les contaba mil historias. A veces bastaba con sacar un cigarrillo y fumarlo delante suya, y explicarle cómo se hacía. Pura ironía, los sé, pero no me daría cuenta hasta un tiempo más tarde.

¿Vivir? Vivir es experimentar, es construir, es luchar. La persona que físicamente permanece viva tumbada en el suelo no vive, está muerta. Y yo quería vivir, tenía muchas ganas de vivir en aquel tiempo, por eso procuraba hacerlo todo: leía mucho, las películas, oía canciones,… incluso escribía alguna cosa, pero con la vida que había llevado tampoco es que se me diera muy bien la quietud frente al papel.

Y probar placeres. Recuerdo una motocicleta con la que me encantaba pasearme. Yo no pude tener una, mis padres no quisieron, me veían muy pequeño aún. Pero conseguía que alguien me la prestara de vez en cuando. Fue con la moto cuando la vi por primera vez. Me fijé sin más al principio.

- ¿Quién es la morena de trenzas, la que habla con Jose? – pregunté al chico de un curso mayor que me la había prestado.

- Es Laura, de nuestra clase. ¿Te la presento? –

- No… Quizás más tarde -.
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febrero 04, 2010

14 Jefe de los ejércitos

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- ¡Rómpele la cara! – gritaba uno de los niños.

- Vamos Jose, a por él – gritaba el que me sujetaba. Estaba contra la pared, y entre todos me dieron una paliza.

- Enano de mierda, para que mantengas la boca cerrada -.

El nuevo colegio era mucho más agresivo que el orfanato, quizás porque éramos muchos más, y el barrio en el que estábamos lo complicaba. Intenté no llamar la atención, pero no es fácil cuando aparentas tres años menos que el resto de niños de tu curso, y sabes tres veces más.

- Andrés, ¿yo te he dado la paga esta semana? – Me preguntaba Amalio, nuestro padre adoptivo.

- No -.

- Toma -.

- ¿Y este roto en la ropa? – preguntaba Irene desde la cocina.

- Me lo hice en gimnasia, mamá -.

- Ten más cuidado la próxima vez. E intenta ir mejor en esa asignatura. Aunque el resto, me han contado en tutoría, parece que va a ser todo diez otra vez -.

Como si fuera un problema, y no era más que un pasatiempo. El verdadero obstáculo era que no me aceptasen, pero busqué cómo solucionarlo, me lo propuse como reto personal aunque fuera un proceso largo. Nunca me había enfrentado tan abiertamente a la sociedad, estando encadenado a un rol concreto, a un lugar, un nombre y un ahora. Estuve casi el primer año entero observando, y trazando estrategias en mi cuarto. Tenía que salir bien. Saldría bien…

Empecé por un amigo…

- Mi madre me ha dicho que todos pegamos el estirón antes o después. Y yo tengo muy poco pelo también. - Me decía Julio - ¿No te molesta ser tan bajo? -

Mientras, evitábamos chocar con alguno de los que se las daban de matones. A los profesores ya los tenía en el bolsillo, así que proseguí con la clase…

- ¿Alguien quiere el examen de mañana? –

Y con el curso…

- Andrés quiere organizar con el tutor un viaje a la feria del parque. ¿Quién quiere apuntarse? -

Lugo a cursos más pequeños, así mi nombre empezó a sonar por todo el colegio…

- ¿Ves? Aquel es Andrés. Sí, el hermano de Paula. Pregúntale a él, seguro que puede ayudarte -.

Y, por último, los cursos mayores…

- ¡E, ¿venís al cine? El novio de mi hermana nos cuela otra vez -.

- ¿Qué dices, Jose?, hemos quedado con Andrés para ir a un bar. Nos va a enseñar a jugar al billar. El otro día le hizo perder a un tío mil pesetas -.

- ¿El niño chico? Pero si es un retaco de mierda-.

Se equivocaba. Ser el más popular significa que lo que yo decía se convertía en lo que los demás pensaban. Desde que movilicé a todos como soldados ya nadie pensaba que fuera un retaco de mierda. Había dejado de ser un niño.
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enero 29, 2010

13 En el pais de los gato-perros

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Rodando cuesta abajo por el prado, esa fue mi última visión del hogar que tenía en Bretaña. Después la noche, el bosque, la carretera, un coche y mucha confusión bien aprovechada. Años después pasaría la frontera.

No podía quedarme. Tenía que huir. No sé si hubieran matado a un niño de ocho años. No podía arriesgarme. El aislamiento no era una opción. No podía permitir que me encerraran a saber cuántos años, o qué me depararía. Me había acostumbrado a una familia otra vez y, aunque en tiempos agitados, me aportaban tranquilidad. Pero no podía perder ni un gramo más de libertad.

Llevaba unos años ayudando a una pequeña resistencia organizada entre los pueblos de alrededor. Una de las casas cayó, conmigo dentro. Los soldados irrumpieron mientras escapaba colina abajo, y terminé rodando. ¿Qué hacía allí? Quiero creer que me lo mandaron porque pensarían que mi final no sería tan cruel como el suyo, y no que me lo dijeron porque sabían que no lo entendería. Pero me la jugaron.

Debía mantenerme allí para un intercambio: Tenía que hacer el sonido de un gato para que el mensajero me respondiese con el de un perro, esa era la consigna. Pero el primer soldado que se acercó con sigilo debió enterarse mal, porque yo no respondía, y terminó él haciendo el gato. Yo estaba atento a la sombra que se acercó, asegurándome de que no fuera una trampa. Y efectivamente, en cuanto oí el sonido del gato salté por la ventana.

Los pocos hombres de aquella resistencia estaban cansados, agotados, sin soluciones, sin saber qué pasos dar,… Aquel mensajero podía aportarles recursos imprescindibles para el resto de su lucha, pero sabían que si llegaba tarde, quien estuviera en el refugio estaba condenado. No les culpo, yo también hubiera mandado a un niño, mucho más probable de salvarse. Pero si al menos me lo hubieran dicho…

- Il ne tardera pas à arriver, sois fort! -

- Ai j'à seulement faire le chat? -
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enero 21, 2010

12 Decídete hombre

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Realmente no me dan miedo los cambios, y menos después de todo lo que he pasado. Pero no se trata del “qué” en sí, sino del “por qué” sin más: ¿por qué cambiar? ¿Por el simple hecho de la naturaleza humana? Y si es así, ¿Por qué nos asusta tanto? ¿Por qué temer a lo nuevo?

- ¡Vamos David, a qué esperas! ¿Tengo que hacerlo yo también? Escúchame niño, voy a clavarte el cuchillo si no eres lo suficientemente rápido como para dispararme con el arma que te he dado, así que procura no fallar y demuestra que ya eres un hombre. ¿A qué estás esperando? No eres nada, ¡no eres nada!, ¿me oyes? Vas a acabar metido hasta el cuello en mierda todo lo que te queda de vida, por eso he venido hasta aquí, porque ya estás perdido desde el día en que elegiste venir, desde antes de que te escapases -.

El niño me miraba con odio en los ojos, decidido a disparar, pero esperando el valor. De vez en cuando repasaba aquella vieja estancia, sucia y maloliente, esperando encontrar a alguno de sus compañeros adultos de fechorías. Pero ya no había nadie…

- Si, sé que yo he tenido algo de culpa, pero ya elegiste… -

- ¿Algo de culpa? – Respondió, pero no sabía cómo continuar - ¡Te he tenido miedo tanto tiempo! ¡Te he odiado tanto! –

- Pues decídete, elige de nuevo, y esta vez no te equivoques -.

Alzó el arma para apuntarme, pero sabía que no lo haría, no a sangre fría, no sería capaz.

No digo que no lo vuelva a hacer, o que me arrepienta, pero para mí mis actos eran una forma de supervivencia, y me aferraba a cualquier cosa de la que pudiera tirar. Me abalancé hacia él alzando el puñal y sentí como la bala me atravesaba y me tumbaba en el suelo.

Se decidió… o decidí yo por él. He de reconocer que eso era lo único que me preocupaba mientras caía.
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enero 14, 2010

11 Postdata en el San Claire

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Escala tras escala comparto unos últimos momentos de estancia en el orfanato con Elena, quien me enseña a tocar el piano. Mientras repaso mentalmente lo vivido en los últimos tres años, tres años casi justos, a falta de unos días para mi cumpleaños; y solo encontraba falsedad.

Los juegos con los niños, las peleas con los profesores, el enfrentamiento estúpido con David, mi inútil relación con Elena,… No podía más, sentía la necesidad de explotar…

Mis dedos comenzaron a vibrar solos y la escala dio paso a otros acordes que, para Elena, aún no conocía. Toda la vida me parecía una farsa, una consecución de acontecimientos sin sentido que no llevaban a nada, porque yo no concluía nada.

Seguí tocando melodías, saltando de una pieza a otra según las iba recordando, bajo la atónita mirada de la profesora. Aquello no estaba bien y lo sabía pero, ¿qué estaba bien? ¿Qué era lo correcto? ¿Qué se suponía que tenía que hacer? ¿A qué me tenía que aferrar?

Paré de golpe las manos, exhausto más por mis pensamientos que por estas, y dejé la vista fija, esperando que algo irrumpiera aquel momento.

- ¿Cómo, no…, por qué no me dijiste que sabías tocar el piano? – Me preguntó.

- Porque quería estar contigo – le dije mirándola. No me sorprendió la reacción de sus ojos, entre perpleja y asustada – Se más de lo que piensas Elena, pero siento que nunca lo sabrás. – Volví a dejar la vista al frente – Todo esto es inútil.

- No te entiendo Andrés… - me dijo con la voz temblorosa – No sé…

- No nos volveremos a ver nunca más. Espero que seas muy feliz. Adiós -.

Me levanté y me fui de la sala. Nunca había tenido una despedida igual, aunque he de reconocer que cada despedida que he tenido ha sido siempre muy distinta a las anteriores. Creo que es así como debía ser, estaba harto de todo pero ¿qué otra cosa podría hacer? Ahora que sabes la verdad, espero que lo entiendas.

- Nos vamos a las doce hermanito, ¿tienes todo listo? – me dijo Paula en las escaleras, arrastrando un pequeño saco.

- ¿No te lo han dicho? A mí me acercan a la tarde, tengo que ayudar a la profesora Elena en una tarea – no aparecería para desmentirme tras el shock - ¿se lo dices a Amalio e Irene de mi parte?

- ¿A papá y mamá? Yo se lo digo. Nos vemos esta tarde entonces en ¡nuestra nueva casa! – dijo efusiva antes de marcharse.

Si iba a continuar con aquello, tenía que hacer las cosas bien, y sabía quién me podría ayudar: Tenía que hacerle una visita a David.
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