octubre 31, 2009

04 Tres años más

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Aquella tarde fue larga… Decidí esperar a ver qué pasaba, no precipitarme antes de salir corriendo. Si empezaba a hacer las cosas bien quizás tuviera una segunda oportunidad. Si empezaba de nuevo podría continuar con todo.

Entré en el despacho del director y me senté. No era la primera vez que entraba, de día quiero decir. Allí estaba junto a dos profesores más, con los que tuve el enfrentamiento, y con el director. Los tres estaban entre nerviosos y rígidos. Lógicamente, habían hablado de este momento durante todo el día.
Pero yo me hacía el despistado, intentando no fijarme en los tics que les descubría, y observaba la habitación, muy diferente a la de “el loco”. Todo estaba desordenado, más de lo que recordaba de la anterior noche. El director estaba teniendo mucho trabajo y, a la vez, mucha confusión con los nuevos cambios a nivel organizativo, administrativo, político,… Ni siquiera sabía si seguiría mucho tiempo en su puesto.

- Andrés, ¿entiendes lo que está pasando, y lo que pasará si no cambias tu actitud? – empezó el director. Me relajé, si me hubiesen llamado por mi visita nocturna al despacho, hubiera empezado por eso. Creo que dejaré la llave por aquí antes de irme, para cerrar la historia…

- Señor Director, no es solo su actitud, son sus formas… Me deja en ridículo delante de los demás niños… -

- Entiendo. Muchas gracias caballeros – dijo el Director, y los dos profesores, que habían permanecido de pie, salieron del despacho. Supongo que esperaba, por lo que le habrían contado, que yo empezara a gritar y a echar espuma por la boca. Don Luis era bueno, pero no en el sentido que dirían mis compañeros, sino como director: sabía hacer bien las cosas.

- Y bien, ¿qué dices a todo esto? –

- Que usted tiene razón, también Don Miguel y que, aunque a veces me desespere un poco en clase, debo mantener el orden y portarme bien –

- Se que aprendes muy rápido y que te estás haciendo mayor – continuó él – pero contra más aprendas, más responsable eres de lo que hagas porque más consciente serás de sus consecuencias. – Vaya, no me esperaba esto. Parece que los cambios que se estaban produciendo le estaban haciendo reflexionar bastante. Y, aunque no era la primera vez que oía lo que me dijo, se me quedó especialmente grabado, nuevamente.

- Gracias Señor, así lo haré – le dije mientras salía del despacho, después de un rato más de regaños, consejos y revisión de notas y expediente (con grata sorpresa incluida, al ver todo lo “manipulado” antes, lógicamente).

Quizás no estuviera tan mal allí. Por lo menos había encontrado una rutina y, si empezaba a ejercitarla con un buen comportamiento, seguro que podría vivir tranquilo, sin problemas, al menos durante tres años más. Luego, ya vería… Todavía queda mucha vida para decidir.
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octubre 24, 2009

03 Como si fuéramos adultos

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Antes de darme cuenta ya me había llamado Miguel para ir a su despacho. Debí distraerme, tendría que haber sido más cuidadoso, pero cuando no pienso con claridad tiendo a ser un poco insoportable. Esto fue antes de mi pequeño asalto al despacho del director. Y allí estábamos, conversando como si fuéramos dos personas adultas:

- ¿Crees que has hecho algo mal, Andrés? -

- No – respondí “al loco”. Era así como le llamábamos, pero no porque lo estuviera, sino porque los niños creían que si hablabas tres veces con él, te llevaban al manicomio.

- Bueno, quizás no sientas que hayas hecho algo malo. ¿Te aburres en clase? -

- No -.

- ¿Y qué tal te lo pasas con tus amigos? ¿Te diviertes? -

- Si, mucho. Estábamos jugando “al hoyo”. La tía de Raúl le ha regalado una bolsa de canicas -.

- ¿Te sientes solo? -.

- Si -.

- Y por eso te sientes culpable -.

Sinceramente, estuve un rato pensando la pregunta para no contestar lo primero que me venía a la cabeza. Intenté centrarme otra vez en la conversación…

- ¿Culpable de qué? -

- Bueno, de que te abandonasen tus padres… -

- ¿Por qué piensa que mis padres me abandonaron?

- Es evidente, por eso estás aquí.

- ¿Conoce usted a mis padres?

- No – se incomodó -, lo siento, ellos… No los llegamos a conocer -.

- Entonces, ¿cómo está tan seguro de que me abandonaron? Podrían haber muerto, ¿no? -

Hubo un momento de silencio. Yo empecé a recorrer con la vista todo el despacho, observando los detalles que decían a favor de su apodo, valorando cual lo hacía más. Mientras, Miguel buscaba como arrancar de nuevo.

- Entonces, ¿crees que te has comportado bien últimamente? –

- Si -.

- ¿Y qué hay de las contestaciones a los dos profesores? -

- ¿Es comportarse mal decir evidencias? -

- ¿Sabes lo que significa “evidencia”, lo que es una “evidencia”?... -

- Sé que para usted es una evidencia que yo esté aquí, que este sea mi hogar, que tenga diez años y que me porto mal en clase -.

- Bueno, se empieza por reconocerlo – me dijo anotando cosas en su cuaderno. Creo que no entendió la ironía con la que le contesté. – Pero no te preocupes, seguro que con el tiempo empiezas a entender que todo esto lo hacemos por tu bien. – Parecía que estaba concluyendo. Debería haber terminado ahí, antes de que metiera la pata. - Y no quiero que te sientas culpable, sino que entiendas qué es “portarse mal”. Recuerda siempre que lo importante es la cantidad: contra menos cosas hagas mejor será tu comportamiento… -

- No Miguel, te equivocas, lo tienes apuntado ahí en mi ficha, tengo más de siete años. Lo que importa en la responsabilidad no es la cantidad, sino la intención del culpable… ¿crees que mejorará mi comportamiento contra mejor suene lo que te inventes? -
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octubre 16, 2009

02 Un buen comportamiento

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No digo que no lo vuelva a hacer, o que me arrepienta. Pero teniendo tanto tiempo libre,... Los días no iban mal en el orfanato de San Claire. David estuvo más calmado desde que “hablé” con él. De hecho, apenas hablaba desde entonces. Tiempo después pude comprobar que lo hice mal. Pero tampoco lo cambiaría.

Los profesores no sabían enseñar, a veces, ni siquiera sabían dónde esconderse.

- Se ha equivocado, vuelva a empezar.

- ¿Está seguro que la cuenta no es 10.442?

- Segurísimo Andrés, vuelva a empezar o saldrá otro compañero al encerado.

- ¿Y si quita el dedo de las dos primeras cifras del resultado de la calculadora que sujeta junto a su muslo, estaría entonces seguro que la cuenta si es 10.442? – Y enmudeció.

Y yo, bueno, no me portaba demasiado bien. Sabía cómo debía comportarme, pero a veces era tan tentador no hacerlo… Y si daba la nota delante de la persona equivocada, también sabía que me costaría más salir de allí, es decir, de manera legal. Pero lo hice, delante de Miguel, el psicólogo.

Le dio un informe al director. Decidí entonces hacer una visita nocturna a mí expediente: le robé las llaves, entré en el despacho por la noche, cambié algunas cosas de mi expediente, cogí los objetos confiscados que me interesaron y, no sé por qué, pero vi oportuno no “devolver” las llaves, quizás necesitara algo otro día. De todas formas sabía que en el momento en que me pillasen por aquello no quedaría más opción que golpear fuerte, salir corriendo y no mirar atrás.

- Andrés – me llamó el director con una regla en la mano, y acompañado de dos profesores más – entra un momento – me invitó a su despacho.

Allá vamos… – pensé.
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octubre 15, 2009

01 Aún soy un niño

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- ¡No soy un niño! – gritó David al profesor. Salió corriendo de la clase y rompió la cristalera del pasillo. Curioso sentido de inferioridad desatado contra lo más frágil. Pero en San Claire podías ver cualquier cosa. Yo mismo me sentía atrapado, rodeado de niños huérfanos y abandonados, sin pasado… Bueno, era verdad que estaba atrapado, aunque era más listo como para romper cristales.

- ¡Sois unos niños, no tenéis ni idea! – nos gritaba a Carlos, Raúl y a mí en la habitación, mientras retorcía sus sábanas. – Si lo vieseis como yo, también querríais iros. Ya veréis cuando paséis otros tres años aquí. Yo también era imbécil a los diez.-

- ¿Por qué nos chilla, Andrés? – Me preguntaba Raúl cuando se fue.

- Porque es un imbécil – contestaba Carlos, y yo no podía estar más de acuerdo con mi compañero de diez años.

En realidad, no debería importarme su actitud. Sabía que era pasajera, que terminaría, aunque no estaba seguro de las consecuencias finales. Aún así, recién llegado a aquel sitio, prefería pasar desapercibido.

- ¡Sucia loca! – Y ese fue el detonante. Aunque sabía que David sería castigado por aquello no me hizo ninguna gracia que insultara a la única profesora que nos trataba tal y como éramos, que realmente se esforzaba por nosotros. Podría haberlo dejado pasar…

- Escúchame David – le dije en los baños, aquella tarde.

- ¡Qué te voy a escuchar “chalao perdío”! – me respondió dándome un empujón.

Rápidamente rompí el cristal del lavabo y cogí un trozo. Le empujé desde las rodillas, mientras se daba la vuelta, tirándolo al suelo, y le hice un girón en la chaqueta. Para esa edad, era suficiente para asustarle.

- Ahora, escúchame David – repetí - ¿Cuántos años tienes? ¿Trece? ¿Y te crees mayor? ¿Por qué no te comportas como tal y nos dejas a los demás en paz? No quiero oír problemas de ti... Es más, no quiero oírte. Y empieza a pensar quién eres de verdad y a aceptarte, porque ya tienes una edad para ello, ¿no crees?

- Gracias Andrés – me dijo Elena tras borrarle la pizarra.

- De nada – le respondí, con otro pensamiento en la cabeza, distinto al de la pizarra.
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00 Cambios

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No me dan miedo los cambios, y menos después de todo lo que he pasado. Pero no se trata del “qué” en sí, sino del “por qué” sin más: ¿por qué cambiar? ¿Por el simple hecho de la naturaleza humana? Y si es así, ¿Por qué nos asusta tanto? ¿Por qué temer a lo nuevo?

Decidí mudarme de ciudad y como siempre llegué sin conocer a nadie. Más bien sin que me conociese nadie, porque yo sí que los conocía, aunque no de vista: las mismas caras, los mismos gestos, las mismas actitudes,… los mismos. Pero nadie me conocía, ni a mí, ni mi interior, ni mi apariencia de un niño de tan solo 13 años. En realidad, a punto de cumplir los trece, a tan solo tres semanas de volver a cambiar de nuevo… si es que tomaba esa decisión, por supuesto.

Durante ese tiempo estuve trabajando ilegalmente, como acostumbraba a hacer cuando me faltaban ideas, y algunos días. Nuevo trabajo, esta vez en un local de apuestas ilegales: “El Bar Kazú”.

- ¡Su cerdo ha hecho trampas! – gritó Miguel – su cerdo…

Pocos sitios me han sorprendido como este, un local donde enfrentaban luchadores de distintas razas animales, siempre combates a muerte. Aquel día la suerte se inclinó a favor de un cerdo que venció en combate justo a un perro del que no sobreviviría ni un elefante. Mi tarea, recoger las apuestas y llevarlas a la oficina, donde discutían los tres “entrenadores”.

- Yo solo intento dar de comer a mi familia. El combate es legal, denme el dinero – Increpó Juan, el dueño del cerdo.
- Estoy seguro que tiene sus razones para estar aquí, pero… ese cerdo, no “puede” matar a nuestro perro – amenazó Adrián, con cierta ironía, - además, si tiene hambre, cómase al cerdo, pero no quiera jugárnosla, porque no sabe donde se mete.
- El combate ha sido justo, – insistió Juan – quiero mi dinero.
- ¡Pedazo de bellota gorda! – Gritó nuevamente Miguel – ¡Le voy a explicar lo poco que valen usted y su cerdo…!

¿Sabes qué? Creo que oí suficiente. Quedaban dos días para mi cumpleaños y, como les decía, no me dan miedo los cambios. No sé que hubiese sido lo más justo, si defender a los dos del perro, o al pobre del cerdo, pero tampoco creo que deba juzgarlo, y menos siendo tan pequeño aquel año. Así que opté por la tercera opción: salí corriendo con todo el dinero.

La carrera no me duró mucho, debido a mis cortas patas. Al menos sucedió en una calle lejos de miradas ajenas, aunque no fue rápido, como dicen. Adrián y Miguel me dieron alcance y, creyéndome más que un pequeño ratero, me dieron una paliza, sin atenerse a las consecuencias.

No sé que se les pasaría por la cabeza después, aunque puedo imaginármelo: ese miedo, esa incertidumbre hacia algo nuevo, hacia algo extraño. En su caso, las consecuencias de haber matado a un niño. En el mío, el haber muerto. Porque ni el cambio de ciudad, ni de trabajo, ni de personas tiene tanta relevancia como la muerte. Pero de todos, el último, es el que menos me preocupa.
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